27 de abril de 2024

Reflexiones en torno al decrecimiento

    Reflexiones en torno al decrecimiento

    La idea del Decrecimiento se halla, cada vez con mayor frecuencia, entre las propuestas y en las agendas de los movimientos sociales. Y a buen seguro que seguirá siendo así, en la medida que la crisis ecológica avance y mayor número de sectores sociales se hagan conscientes de la misma. 
    La propuesta del decrecimiento, cuestiona la lógica capitalista del crecimiento económico continúo, impone los límites físicos y ecológicos del planeta en la economía, realiza una crítica de sus instrumentos de medida, como el PIB y reformula conceptos como nivel de vida y bienestar social.
    La propuesta tiene una virtud evidente, la de generar debate en torno a un elemento, el  crecimiento económico, central al sistema capitalista y a partir del cual se pueden poner en cuestión muchos de sus  pilares más básicos. Rica en matices y propuestas, ha generado además, toda una batería de conceptos y metáforas de alto valor pedagógico y de concienciación como el de Huella Ecológica o el de Deuda Ecológica entre otros.
    El propio término, Decrecimiento, tiene un innegable carácter provocador, en una sociedad donde el crecimiento es la varita mágica incuestionada para todos los problemas.    Provocación, pedagogía y debate abierto en torno a los fundamentos del sistema capitalista, algo apasionante desde una óptica libertaria, más aún en la medida que en la propuesta del decrecimiento, es posible rastrear elementos comunes con valores, prácticas y propuestas de la tradición libertaria.     La economía del don, la autogestión, la importancia del tamaño de la organización social, la descentralización y la autonomía, la importancia dada a valores morales etc., remiten a esa tradición libertaria.
    Se trata pues de esbozar algunas reflexiones sobre la propuesta del decrecimiento  y animar al debate para aportar e incorporar desde  las prácticas y análisis del anarcosindicalismo. Y a hacerlo además ahora, inmersos como estamos en una crisis sistémica que, más allá del colapso de las distintas burbujas especulativas que el capitalismo ha ido generando en su huida hacia adelante, se encuentra fundamentalmente atravesada por elementos relacionados con los límites físicos y ecológicos del planeta.

    El agotamiento del petróleo y otros combustibles y materias primas no renovables, la superpoblación y sobre todo los efectos del cambio climático, hacen de esta una crisis de la que parece difícil salir desde parámetros capitalistas, sin acelerar aún más el proceso que nos lleva hacia el desastre social y ecológico.
    El carácter expansivo del capitalismo, la necesidad de un consumo siempre creciente de recursos y de energía, es consustancial al mismo, impulsado por el ciclo de reproducción del capital y la necesidad del mantenimiento de las tasas de beneficio, el capitalismo no puede dejar de incorporar nuevos mercados, de intentar extraer valor de nuevos aspectos de la vida social, no puede dejar de incluirlo todo en su lógica de  la mercancía y el beneficio.
    Esta es la lógica que ha guiado su expansión por todo el planeta en los últimos 500 años. Enfrentado ahora a los límites físicos de un planeta finito, se asemeja a la locomotora de un tren en marcha, consumiendo la madera de sus propios vagones para mantener un avance cada vez más acelerado en una vía sin salida. Así, cualquier movimiento que pretenda enfrentar al capitalismo, no podrá hacerlo sin tener en cuenta los aspectos ecológicos de esta crisis. De igual forma cualquier propuesta que pretenda enfrentar la crisis ecológica no podrá hacerlo sin asumir un carácter anticapitalista.
    El ecologismo radical y las propuestas del decrecimiento introducen un elemento de urgencia, que invierte el discurso desde el que el capitalismo pretende sustentarse: el rechazo de toda alternativa al mismo como utópica e irrealizable, y la afirmación del capitalismo como único sistema posible.Por el contrario la realidad nos remite a un escenario donde es el propio capitalismo y sus promesas de bienestar los que aparecen como una quimera irrealizable.
    Anticapitalismo y urgencia, son pues dos elementos que cualquier propuesta de decrecimiento coherente incorpora.
    Pero, ¿a quienes se dirige la propuesta del decrecimiento y con que medios pretende llevarse a cabo? En cuanto a la base social, no se acaba de concretar, cayendo en generalizaciones “ciudadanistas” que hacen en muchos casos abstracción de las divisiones de clase que atraviesan las sociedades capitalistas. Se ha utilizado para explicar la propuesta del decrecimiento , la metáfora de un barco que avanza hacia un acantilado a una velocidad de 20 nudos, comparando las incipientes medidas de “sostenibilidad” y ahorro energético, con disminuir la velocidad del barco a 17 nudos, sin cambiar el rumbo.
    Desde una perspectiva anarcosindicalista a esta metáfora le falta incorporar la división de clases dentro del barco. Suponiendo que estamos en una galera con remeros encadenados en sus bodegas, para aumentar el símil con el capitalismo, debemos abordar no sólo el cambio de rumbo, o si remamos en dirección contraria, sino si los oficiales van a dejar de darnos latigazos y van a bajar a remar como uno más. Continuando con la metáfora, una vez el barco encalle posiblemente las vías de agua no afecten por igual al camarote del capitán que a los remeros de la bodega que serán los primeros en ahogarse.
    Desde el anarcosindicalismo cualquier proyecto de transformación social debe incorporar las divisiones sociales que atraviesan la sociedad capitalista, así la catástrofe ecológica en marcha no actúa por igual sobre ricos y pobres y esta perspectiva debe ser central en cualquier propuesta de decrecimiento.
    La interpelación de la propuesta del decrecimiento debe tener su interlocutor no tanto en consumidores o ciudadanos sino en los trabajadores con toda la amplitud que se le quiera dar al término, en tanto que protagonistas del ciclo de producción y reproducción social que con mucho supera al propio centro de trabajo.
    El movimiento obrero debe pues jugar un papel protagonista. Pero cual han sido las prácticas y posturas del movimiento obrero hasta ahora en torno a este tema. Las corrientes hegemónicas tanto en su vertiente del socialismo autoritario, como en su versión socialdemócrata quedaron pronto enganchadas al carro del crecimiento económico y a la zanahoria del desarrollo, presas en los países más “desarrollados” del consumo de masas o de la mera aspiración al mismo en los menos afortunados.
    Así, en España, la incapacidad del sindicalismo representado por CCOO y UGT de hacer frente a las sucesivas crisis, de defender los más elementales derechos sociales y no digamos ya de incluir nuevas perspectivas o avanzar en la conquista de nuevos derechos, no ha residido solo en su institucionalización, ni en sus dependencias del poder, sino de su dependencia del papel jugado en la gestión del pacto social que intercambiaba aumentos de productividad , por aumentos salariales o empleo ungidos a la rueda del crecimiento económico continuo y por tanto de la depredación ambiental.
    Los efectos en lo social y en lo ecológico están a la vista de todos. Esa dependencia del crecimiento económico capitalista, acentuada tras la voladura en los últimos 30 años del pacto social y de los mecanismos keynesianos que lo sustentaban deja a la izquierda inerme y nostálgica de un ciclo y unas fórmulas de crecimiento que ya no volverán, y que no debemos aspirar a recuperar, precisamente, entre otras cosas, porque se basaban en un uso depredador de los recursos y en la explotación, especialmente de los países del Sur.
    El último ciclo de crecimiento que hemos padecido, basado en la burbuja especulativa de hipotecas y viviendas y que a punto a estado de hacer desaparecer hasta el último metro cuadrado de costa o monte bajo una alfombra de cemento, ha contado hasta el último momento con el apoyo más o menos decidido de la llamada izquierda, que salvo honrosas excepciones, se apuntó al festín de AVEs, Autopistas y Urbanizaciones, con el beneplácito al modelo de CCOO-UGT, justificados eso sí  en la creación de empleo.
    Una propuesta anarcosindicalista coherente nos obliga no sólo a afirmar otras formas de organización y otras tácticas, sino a demostrar su efectividad y coherencia con nuestros objetivos, desterrando de nuestro discurso el mito del crecimiento económico continúo como garantía de la creación de empleo y la satisfacción de las necesidades sociales a través del mismo.
    Será necesario colocar en el centro de la práctica sindical la disminución y el reparto del tiempo de trabajo,  incluir en la ecuación la reproducción social y el trabajo de cuidados, realizado en su mayoría por mujeres sin remuneración. Habrá que promover el debate sobre el trabajo útil y el social y ecológicamente dañino, promoviendo procesos de reconversión dirigidos de abajo a arriba.
    Tendremos que reivindicar otras formas de redistribución del producto social no vinculadas al trabajo asalariado e incorporar al discurso sobre el consumo responsable, la reivindicación de la producción responsable. Reivindicando en tanto que protagonistas el derecho a decidir que, como, cuanto y para quien se produce, incorporando estas reivindicaciones a la práctica sindical.
    Y esto habrá que traducirlo a ideas-fuerza y reivindicaciones capaces de ser impulsadas por amplios sectores sociales.
    Habrá que continuar poniendo en marcha, aquí y ahora en la mejor tradición libertaria, formas colectivas y políticas de consumo,y de experiencias fuera de la lógica del capitalismo que prefiguren y ejemplifiquen los cambios a los que aspiramos, practicando la autogestión en lo económico y en lo político, como experiencia, aprendizaje, ejemplo y contrapoder.
    Recuperar en definitiva , la mejor tradición ese otro movimiento obrero, de matriz libertaria con sus ensayos y experiencias alternativas, con corrientes subterráneas, a través  de las que es posible rastrear valores radicalmente diferentes, desde los ludditas  a los zapatistas, pasando por los campesinos en Ucrania , las colectividades de la Revolución española, o el rechazo al trabajo y la contracultura del los 60 y 70, ejemplos de resistencias en suma tanto al desarrollismo y al industrialismo como al consumismo.    
    Y en esa línea asumir que no hay cambio social sin conflicto y lucha y que el cambio social tranquilo y gradual anticipado en algunas  propuestas del decrecimiento, no deja ser una ensoñación  poco probable,  tranquilizadora y hasta cierto punto desactivadora de su potencial de cambio social.
    Las violencia con la que el sistema ha reprimido cualquier movilización o lucha concreta que cuestione el mito del crecimiento es evidente: Itoiz o la lucha contra el TAV son solo dos ejemplos.
    Los magnitud de los retos que esto plantea en la actual situación social no se le escapan a nadie, pero no queda otra y el tiempo se acaba.