Este año de 2021 se cumple el centenario de la desaparición física del científico, pensador y revolucionario Piotr Kropotkin (1842-1921). Si nos ceñimos a hablar de desaparición física es porque su legado sigue vigente en la actualidad. En unos tiempos donde el darwinismo social aún se encuentra a la orden del día, su trascendental estudio sobre el apoyo mutuo, la idea de que es la cooperación entre individuos de una o distintas especies la que explica su supervivencia, y no la competencia, es una referencia inexcusable.
El apoyo muto tiene consecuencias que van más allá del campo de la evolución natural, ya que sitúa a este instinto de solidaridad recíproca en la génesis de la ética. Por ello, Kropotkin no dudó en identificarlo como el pilar basal de toda sociedad humana armónica. En cuanto compromiso solidario, el apoyo mutuo no solo convertiría en soslayable cualquier forma estatal, sino también en contraproducente, porque constreñiría el desenvolvimiento natural de los individuos. Semejante inefectividad implicaría a su vez que no habría ninguna propiedad privada que proteger, sino que, al contrario, el trabajo en común y el reparto equitativo de bienes prevendrían el individualismo y el utilitarismo, auténticos disolventes sociales.
Pero lo que realmente hace diferente a Kropotkin de tantos sabios coetáneos, auténticas ratas de biblioteca y laboratorio, fue la coherencia con que defendió sus ideas, que le llevaría a renunciar a una vida de lujos y comodidades, y a sufrir la cárcel y el exilio. Lo cual no consiguió por cierto frenar su actividad intelectual. Estas penalidades animaron diferentes reflexiones sobre la naturaleza punitivista del Estado y sus medios para corromper física y moralmente a los seres humanos.
No cabiendo dudas sobre el vigor de las ideas de Kropotkin, se presenta la cuestión de cómo reivindicarlas desde la Confederación Nacional del Trabajo, una organización sindical anclado por definición y por necesidad en los tiempos que corren. Se trata de un asunto que trasladamos a la militancia mientras recordamos a otro clásico, que advertía de la importancia de “afeitar las barbas a nuestros venerables santones”, es decir, reconocer su papel de pioneros y adaptar sus enseñanzas. Queda planteado el desafío.
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