Dice la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo[1] que hay cinco elementos que afectan de manera diferencial y sesgada genéricamente en materia de salud laboral:
- “Las mujeres trabajan en sectores específicos y en tipos de trabajos específicos”
- “Las mujeres equilibran dobles responsabilidades en el trabajo y en el hogar”
- “Las mujeres cuentan con poca representación a escala de supervisión y dirección”
- “Las mujeres son físicamente distintas a los hombres, aunque existen más variaciones entre mujeres que entre hombres y mujeres (…)”
- “Las mujeres realizan trabajos que se presumen erróneamente como seguros y fáciles”
Si reparamos en cada uno de los epígrafes, podemos añadir además:
La investigación en materia de salud laboral es deficiente tanto en los sectores feminizados, como en los que la presencia femenina no es significativa. Este aspecto contradice la exhaustiva medicalización del cuerpo de las mujeres en materia de reproducción asistida, por ejemplo.
La doble presencia, cuyo alcance es difícilmente imaginable y cuantificable, produce excesos en la carga mental y en la carga de trabajo cuyos costes y repercusiones nos duelen y afectan cotidianamente, que nadie quiere ni ver ni considerar.
Techos de cristal y suelos pegajosos, además de ser eufemismos que minimizan la ausencia de las mujeres en los espacios de toma de decisiones que nos afectan, tienen consecuencias graves en nuestra salud y en nuestro bienestar. Desde la consideración del riesgo de manera androcéntrica hasta la minimización de los efectos de ciertos trabajos en nuestra salud física y mental, que estemos sometidas a normativas, más o menos explícitas, que no hemos elegido, que nos pesa y que nos resta bienestar, capacidades y libertades.
En relación a los asuntos que solo nos afectan a nosotras y a nuestros cuerpos, como pueden ser la menstruación, el embarazo y la lactancia y la menopausia, el patriarcado despliega conceptos estereotipados que restan importancia al alcance de los mismos en tanto que procesos biológicos, o amplían su impacto tergiversándolos y convirtiéndolos en justificación y legitimación de múltiples discriminaciones con costes no solo económicos para nosotras sino para lo que concierne a nuestra salud. Se ha construido todo un imaginario androcéntrico que no solo alimenta sino que a su vez produce precariedad laboral, discriminación salarial, y sectorialización. De la delicadeza que se precisa para la recogida de pétalos a la sonrisa amable y paciente requerida en la atención a clientes y pacientes, nos exponen impunemente a productos químicos, a disociaciones múltiples, al acoso sexual, y al despido fácil,con tan solo cuestionar el sistema ante un “jefe de servicio” que será hombre, preferentemente.
En todo este escenario, la pertenencia de clase impregna nuestra condición de género agravando el estado de nuestra salud y traduciéndola en desequilibrios de poder por partida triple: frente a otras mujeres cuya subsistencia no depende del trabajo y que cuentan con mejor y mayor acceso al cuidado de la salud; frente a los hombres; y, frente a la patronal y a toda organización estatal, que actúan en connivencia ignorando nuestros derechos. Clase y género se articulan en favor del reduccionismo psicológico y del reduccionismo reproductivo que no hemos elegido, que se nos impone, que nos maltrata y que propicia grandes beneficios al capital y a quienes los acumulan.
Sólo la organización sindical combativa puede ayudarnos en esta necesaria e impostergable lucha contra la feminización de la pobreza, la precariedad de la salud y la pobreza de tiempo que padecemos las mujeres en detrimento de nuestro bienestar y de nuestras vidas.
¡SALUD PARA TODAS!
[1] https://osha.europa.eu/
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