A menudo se dice que cuando el capitalismo no conoce fronteras, la lucha debe ser internacional. Algo parecido podría decirse también del estado. Ciertamente, los estados tienen fronteras. Pero su papel en la represión de la clase obrera y en la aplicación de políticas favorables al capitalismo es global. De hecho, se puede argumentar que el sistema capitalista no podría haberse desarrollado sin un estado que obligara a los trabajadores y a las trabajadoras a aceptarlo. En cierto sentido, son dos facetas del mismo régimen perverso de explotación de una clase dominante sobre una muchedumbre desposeída, que fue/es obligada a entrar en las fábricas.
Sin embargo, si hay una lucha que sea realmente global, esa debe ser la guerra de las mujeres contra el patriarcado, a lo largo de los siglos. Se ha librado por encima de las fronteras, incluso entre civilizaciones, en muchas sociedades diferentes, tradicionales y modernas, y de muchas formas. En ocasiones ha sido una subversión abierta. Otras, una resistencia callada y soterrada antes la violencia masculina. Pero hay una larga cadena de lucha obstinada, que se transmite a lo largo de las generaciones. Un reconocimiento y una comprensión sin palabras que liga a abuelas fuertes con nietas pioneras. Como han dicho nuestras compañeras turcas en otro lugar, puede que todas seamos diferentes, pero hay un elemento común en el interior.
La naturaleza de esta lucha es tal, que no puede ser recuperada por el sistema capitalista. Ciertamente, lo intenta. Muchas multinacionales van por ahí dejando caer una especie de feminismo liberal insípido, que al final no es más que una estrategia de marketing. Cuando la complicidad se construye sobre la explotación de millones de mujeres de todo el mundo, no puede ser más que un cascarón vacío. Más aún, algunas mujeres afirman haber elegido una forma de feminismo que denominan capitalista, o tradicional, o lo que sea, llegando incluso a ensalzar las virtudes del ama de casa convencional o a anunciar lo empoderadas que se sienten cuando sueltan burradas reaccionarias. Lo que olvidan convenientemente es que el mero hecho de que puedan elegir, de que tengan una opción, es el resultado de siglos de lucha sin cuartel para conquistar esa libertad. Y esta se libró contra los jefes en los centros de trabajo, los terratenientes en los campos, los ancianos en el poblado, contra el sacerdote y el mullah, el marido, el padre y el hermano, todos hombres, todos dominantes. Contra el patriarcado, las privaciones, la pobreza, la guerra, la explotación… como sigue siendo el caso, hoy en día.
El feminismo es una lucha por la conquista de la libertad de todas y de todos, de mujeres y hombres, niños y niñas, trans y cis, personas de cualquier procedencia y color… también, de todas aquellas que no están en condiciones de hacerlo por sí mismas. Cualquier libertad es libertad para todas y todos. Es para ejercerla, un punto de partida desde el que seguir avanzando, conquistando hitos cada vez más ambiciosos. Un feminismo coherente sólo puede ser anticapitalista y radical, porque pretende acabar con todo aquello que limita a las mujeres. El patriarcado y mucho más, también las desigualdades económicas, la discriminación racial, el nacionalismo, la extrema derecha… La lista es larga.
Para avanzar en esta lucha, construimos redes internacionales de resistencia para apoyar campañas y grupos locales, para proporcionar herramientas para coordinar y para conocer mejor las iniciativas de las demás. En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, cada persona que se manifiesta o secunda la huelga lo hace por todas las demás y por todos los demás: mujeres valientes que construyeron la libertad que podemos disfrutar hoy y las que salen a conquistar la libertad que otras y otros disfrutarán mañana. Por encima de las fronteras y a lo largo de las generaciones.
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