Al parecer, tras las elecciones del pasado domingo,
España se ha levantado fascista. 52 diputados abiertamente xenófobos,
machistas y homófobos (y ultraliberales) parecen confirmarlo y nos
igualan al resto de Europa.
La supuesta y tan elogiada excepción española se acabó y entramos de
lleno en la ola reaccionaria que inunda los parlamentos en Europa desde
Hungría a Italia, ya tenemos a nuestro Le Pen, Salvini o Akesson en la
figura de Santiago Abascal, un desertor del muy católico, conservador y
vertebrador del Estado, Partido Popular, fundado por una recua de
ministros de la dictadura fascista y padres de la Constitución del 78.
Al lado de Abascal, una amalgama de marqueses, promotores inmobiliarios,
oportunistas y descendientes de las élites españolas.
El capitalismo, ante la imposibilidad de controlar la próxima
sempiterna crisis económica del sistema, ha optado por prescindir de su
careta demócrata y volver a recurrir a sus matones para disciplinar a
los trabajadores. En Latinoamérica lo estamos viendo con la brutalidad
policial en Chile y Ecuador o el control que ejercen las oligarquías en
Brasil y Bolivia. Mientras en Europa el discurso fascista ha sido
normalizado y aceptado como hacía años que no se veía.
Pero no nos engañemos, el fascismo no ha aparecido de repente, como
arte de magia. Es consecuencia de años de décadas de política neoliberal
y complicidad de la socialdemocracia de terceras vías. El fascismo se
ha ido creando en la construcción de la Europa fortaleza que ha
convertido el Mediterráneo en una fosa común, en la Guardia Civil
disparando a inmigrantes exhaustos en el mar, en la banalización y
justificación de los asesinatos y agresiones a manos de bandas nazis.
En estos días recordamos a Carlos Palomino, asesinado por un nazi
mientras acudía a una manifestación antifascista y que fue presentada
como una pelea entre bandas. Recordamos también a Roger Albert o Guillem
Agulló o Lucrecia Pérez de la que en estos días también recordamos con
rabia su asesinato a manos de un grupo de nazis dirigidos por un Guardia
Civil en el que fue reconocido como primer asesinato racista.
Es de resaltar que el ascenso del fascismo explícito parlamentario
haya coincidido con la sentencia del Tribunal Constitucional que avala
el despido procedente en caso de baja justificada. Sentencia que se une a
la negativa de derogar la reforma laboral y la posible implantación de
la mochila austriaca. Es como si los propios tiempos nos avisaran de la
ofensiva capitalista autoritaria que viene a poner orden en la crisis
sistémica e institucional de la democracia española.
La exhumación del dictador fascista con casi honores de Jefe de
Estado realizado por un gobierno socialdemócrata más de cuarenta años
después del fin formal del franquismo, y retransmitido en directo por
televisión, más que restituir heridas y reparar injusticias, supone una
metáfora de la continuidad del régimen en su vertiente más espectacular,
donde la policía escoltaba a un reconocido fascista como Tejero y nadie
se acordaba de los miles de antifascistas que quedan enterrados en el
monumento a gloria de una dictadura que no termina de irse.
Vivimos en un Estado en el que cada vez más autoritarios y donde el
capital cada vez hace más difícil ejercer derechos básicos como el de
vivienda, donde la especulación, los fondos buitre y los desahucios
golpean a la clase trabajadora, libertad de expresión, asociación,
sanidad o condiciones laborales dignas. Donde las mujeres además deben
hacer frente a una nueva reacción patriarcal que pretende eliminar su
derecho a decidir sobre cuerpo, bien por el lado conservador reduciendo a
la mínima expresión el derecho al aborto, bien por el lado neoliberal
que pretende mercantilizar sus vientres siendo reducidas a meros cuerpos
reproductivos.
La única salida de los que mandan ha sido un cierre autoritario por
arriba desde todos los frentes: judicial, legislativo y social. Un
cierre que ha llegado a criminalizar el mero hecho de rescatar personas a la deriva en el mar o escribir chistes por twitter.
Ahora hay que añadir la presencia fuerte de un partido fascista que
ha contado con el apoyo y la comprensión de los medios de comunicación,
instituciones y empresarios, que han blanqueado y normalizado su
discurso y su presencia en la vida pública, un partido que cuenta con
gran presencia entre las fuerzas represivas estatales.
Un ascenso institucional que sin duda va a envalentonar a todos los
elementos más reaccionarios como ya hemos visto en el aumento de
agresiones a migrantes, mujeres y al colectivo LGTBI. Agresiones físicas
y verbales, amenazas e intimidaciones que tienen su objetivo puesto en
los más desfavorecidos y desfavorecidas de nuestra sociedad como son las
personas racializadas trabajadoras, así como el movimiento feminista y
todos los demás movimientos sociales.
Por estos motivos nos sumamos a la convocatoria de la Coordinadora Antifascista de Madrid,
porque hay que pararles, mostrar que nos tendrán enfrente con nuestra
gente, con las racializadas, las trabajadoras, las precarias.
De las instituciones no esperamos nada.
El fascismo no es una opinión, es un crimen.
Madrid será la tumba del fascismo. ¡No pasarán!
Federación Comarcal Sur-Madrid
La entrada Propaguemos la solidaridad: ya es hora de enterrar el fascismo se publicó primero en Confederación Nacional del Trabajo.