Como si de un culebrón se tratara, cada día podemos ver el lamentable espectáculo que están ofreciendo las derechas a lo largo de la pandemia. En su particular puesta en escena, utilizan el parlamento para lanzar su propaganda, que no es más que auténtica basura, a medias neoliberal, a medias fascista, con el único objetivo de hacerse con el gobierno y sin importarles en absoluto la situación de la gente. Mintiendo, exagerando, falseando pero consiguiendo cada vez más votos. Esa amenaza le sirve al PSOE (que en política económica es también un partido de derechas) para negarse a aplicar medidas que beneficien y defiendan a la clase trabajadora frente a las empresas y al poder omnipotente del gran capital. A su vez, esa situación le permite bloquear cualquier propuesta de corte más socialdemócrata que pueda plantear UP, incluso teniendo en cuenta que esas propuestas han bajado muchos enteros desde aquel lejano “asaltar los cielos”. De esta manera, la presión de la derecha económica, mediática y de los poderes reales, consiguen ‘derechizar’ toda la política, lo cual es aún más criminal en estos momentos que estamos atravesando.
De esta manera, el gobierno se niega a derogar las reformas laborales, apoyando los intereses empresariales en detrimento de las personas en paro y con empleos precarios, permitiendo que siga aumentando el número de trabajadoras pobres; se niega a realizar una reforma fiscal que suba los impuestos a las rentas altas, mientras regatea cualquier subida de las pensiones más bajas; no puede regular los precios de la vivienda y mucho menos proteger a las personas de los desahucios, porque eso iría contra los intereses de los bancos y de los fondos buitre; mantiene casi intacta la ley mordaza y el estado policial porque su concepto de “orden” es muy parecido al de la derecha; aprueba una débil ley sobre el cambio climático y va a destinar la mayor parte de las ayudas europeas a financiar la renovación tecnológica de las grandes empresas para proteger los intereses de estas multinacionales, hoy las más contaminantes, y mañana disfrazadas de verde; mantiene todas las privatizaciones realizadas a lo largo de estas últimas décadas y no quiere ni siquiera oír hablar de revertir la privatización de la sanidad, incluso después de lo que hemos visto durante la pandemia; en vez de apostar por acercarse a la renta básica en un momento tan necesario como este, crea un ingreso mínimo diseñado desde el principio para que solo llegara a una mínima fracción de quienes lo necesitan.
Es la política de un gobierno, que autodenominándose progresista, acepta de forma acrítica los principios del capitalismo, sus intereses y sus normas y que por tanto, es incapaz de rebasar los límites que le marca un estado plenamente neoliberal y dominado por quienes no se presentan a las elecciones, sino que las fabrican.
Mientras tanto, la gente, sobre todo la más joven, tiene la convicción de que salir a la calle, protestar y reivindicar no sirve para nada. De que ningún gobierno escucha la calle, sólo la utiliza cuando lo necesita. Y tienen mucha razón, porque a los que escuchan, como estamos viendo, es a quienes tienen el poder real. Por otra parte, muchas trabajadoras piensan que mantener las calles vacías sirve como apoyo al gobierno de izquierdas frente al acoso de las derechas, cuando lo que están haciendo es dejarle el campo libre. Además, ¿qué razones van a tener las trabajadoras para salir a la calle a defender las políticas que hacen los partidos de izquierda, cuando están viendo a quien benefician esas políticas?
El nuevo fascismo neoliberal empuja a la derecha a toda la sociedad, incluso a quienes se sitúan en la izquierda. Las aspiraciones socialdemócratas son cada vez más raquíticas, intentando cubrir su incapacidad para cambiar la economía con la promoción de políticas identitarias, que dejan intacto al capital y a sus intereses.
Desde CNT apostamos por construir otra sociedad. Otro mundo. Otras relaciones económicas y otra vida basada en la autogestión, la solidaridad y el apoyo mutuo. Y no renunciamos a ello. Por eso llamamos a las trabajadoras a organizarse, en el trabajo y también fuera de él, primero para defenderse por todos los medios posibles de la explotación y la precariedad y después, para ir creando una sociedad más libre e igualitaria en derechos, más humana, más colectivista. Para luchar contra el capitalismo en todas sus variantes. Para intentar unir las luchas de todas las oprimidas contra ese enemigo común.
Es urgente para el planeta y para las personas. Pero si queremos arrancar los privilegios del capital, no podemos esperar que ocurra por sí solo, ni que venga de los parlamentos, sino que tendremos que hacerlo nosotras. Y no va a ser fácil. Como hemos vuelto a ver durante la pandemia, la sociedad sabe organizarse por su cuenta, como si fuera algo que no tenemos que aprender para saberlo; sólo debe ponerse en marcha. Ese sentimiento de clase, de solidaridad natural entre iguales, es el que hemos de cuidar y fortalecer para desplegar toda su capacidad.
Necesitamos volver a la calle y a la reivindicación de lo que creemos es justo para todas y de lo que es necesario para quienes menos tienen; Si creemos que la situación es inamovible, estamos perdidas. Si nos gana el miedo o la indiferencia, estamos perdidas. Hagamos que la clase trabajadora sea un contrapoder que ningún gobierno pueda ignorar; defendamos nuestros intereses, porque nadie lo hará por nosotras.
Como cada Primero de Mayo esta sigue siendo nuestra tarea.