DOSIER Anarcofeminismo | Velez (Málaga) | Ilustración de Lolomotion | Extraído del cnt nº 426
Hablar de anarcofeminismo es apelar a la nostalgia, a fotografías en sepia y a olor a papel y pólvora. De manera inconsciente, nuestra mente vuela a la inconfundible tipografía del colectivo «Mujeres Libres», breve pero reconfortante como precedente, y a nombres que nunca debieran haberse borrado de la imaginería en la lucha feminista. La utopía, sustantivo femenino singular, resulta hasta más etérea y difusa cuando excluimos de ella el ejercicio y esfuerzo de la mitad de la población.
«Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones», dijo él. Lucía Sánchez Saornil, una de las fundadoras de Mujeres Libres, añade: «Hay que edificar la vida nueva por procedimientos nuevos». Porque aquí es cuando empezamos a abundar en la realidad de la lucha feminista dentro del colectivo libertario, y de forma más específica, en el sindicato adalid de esos valores y principios, el único que ha contado a lo largo de su historia con una Secretaria General al frente. Qué gran hito, UNA mujer en ciento diez años de historia. Al menos ya podemos vanagloriarnos de algo y cubrir el expediente, y mirar por encima del hombro a quienes ni siquiera pueden contar con ese logro, y pasar por encima del hecho de que no es hasta el año 2015, en el congreso de Zaragoza, cuando la CNT incluye de forma estatutaria el hecho de considerarse un sindicato feminista en sus principios, tácticas y finalidades.
Eliminemos los problemas por orden de antigüedad, si se quiere enfocar desde ese punto de vista. Porque el patriarcado es el régimen de poder más longevo de nuestra historia, disfrazado con diferentes tintes ideológicos, pero siempre ahí. El capitalismo usa el colchón patriarcal como trampolín para construir un sistema de desigualdades económicas cimentado en la humillación de una mitad.
Y ahora comencemos a hablar de realidades. En el mismo comunicado emitido por el Secretariado Permanente del Comité Confederal para este 25N, día de lucha contra las violencias machistas, se cita la triple jornada laboral de las mujeres (empresa, casa, y cuidados); tres dimensiones claramente reconocibles pero que dejan en el aire el subtexto del tiempo excedente para la lucha social y el compromiso sindical. Porque realmente de lo que adolece el sindicato es de una crítica interna honesta respecto al papel de nuestros compañeros y compañeras en la lucha feminista, y si el sesgo de género es una variable que se incluye o no en nuestras prácticas habituales no sólo en el sindicato, sino en nuestro día a día, en la forma en la que afrontamos nuestras relaciones personales, en los cuidados, e incluso en nuestro concepto del amor como sentimiento igualitario y no denigrante. Compartir en redes artículos identificando el amor romántico como fuente de todos los males no basta. El mundo virtual no basta.
Y ha llegado el momento de destapar la caja de Pandora. ¿Cuántas de vosotras habéis sido sometidas a una relación de abuso por parte de alguien que se autoproclama libertario? ¿Cuántas veces habéis sentido que vuestro lugar en la pancarta de cabecera en una manifestación sólo tiene sentido si el lema va teñido de morado? ¿Cuántos de vosotros habéis participado en un almuerzo en vuestras sedes con comida pertinentemente empaquetada y preparada por vuestras compañeras, madres, hermanas? ¿Cuántas veces os habéis preguntado por qué tenéis que seguir insistiendo en el uso de lenguaje inclusivo en el transcurso de las asambleas? Y por favor, quien lea estas líneas que se abstenga de apelar al sentimiento ofendidito y al #notallmen con el que se pavonea la caspa derechosa. Sí, las cosas han evolucionado, pero en nuestro caso, ¿nos estamos sumando al cambio por inercia o estamos haciendo un ejercicio voluntario y consciente de cambio? ¿Reconocemos en nuestro sindicato el empuje de la lucha feminista como lucha contra toda clase de opresión o seguimos disgregando las causas? ¿Hemos interiorizado que la lucha contra el patriarcado lo es hacia un sistema de opresión, igual que lo es la lucha anticapitalista? ¿Sabemos identificar las similitudes y la causa–efecto entre modelos económicos y patriarcado? ¿Cuántas de nuestras federaciones dejan en manos de las compañeras cualquier actividad o efeméride relacionada con lucha feminista?
En su artículo «Construyamos el anarcofeminismo del siglo XXI», publicado por el portal Kaos en la red en junio de este año, Laura Vicente aduce: «(…) Resulta evidente, no obstante, que hoy no existe un movimiento social anarco-feminista, siendo fundamental que los esfuerzos de las feministas anarquistas o libertarias se centren en construirlo. Un movimiento social constituido por redes de personas, grupos y colectivos de afinidad que se comuniquen y coordinen para llevar a cabo acciones, reflexiones, debates y proyectos. Redes constituidas como movimientos descentralizados que desarrollen sus actividades sin necesidad de estar vinculadas a una afiliación oficial o a límites organizativos fijos». Pero no puedo más que discrepar con esto. La CNT debe aprender a construirse y erigirse como adalid de la lucha feminista integrada dentro de la confrontación con un sistema de opresión que nos convierte a las mujeres en obreras de segunda. Y esto no tiene por qué estar reñido con la colaboración con otras entidades, colectivos, por el mismo fin. Pero si la CNT no entiende e interioriza al patriarcado como sistema de opresión no sólo hacia nosotras, sino como un agente que perpetúa roles y desigualdades a todos los niveles, no creo que organizarnos de forma paralela ayude a convertir a nuestro sindicato en un grupo biselado, parcializado, con una perspectiva bicéfala sobre lo que implica el compromiso por la igualdad.
La CNT debe aprender a construirse y erigirse como adalid de la lucha feminista integrada dentro de la confrontación con un sistema de opresión que nos convierte a las mujeres en obreras de segunda. Y esto no tiene por qué estar reñido con la colaboración con otras entidades, colectivos, por el mismo fin.
Porque esa es la realidad de la lucha anarcofeminista; por un lado, la actividad sindical contra un sistema que todo el mundo identifica, un ente corpóreo, el estado y el capital, y por otro, el doble trabajo de hacer entender que muchas de esas causas están enmascaradas bajo la imposición de la opresión a las mujeres. Y esa reflexión no se está llevando a cabo, en la mayoría de los casos. Y es así porque uno de los grandes trabajos que implica la destrucción del patriarcado es el reconocimiento de los privilegios que este sistema arroja sobre nuestros compañeros. Y desvestirse de ellos es un trabajo duro. Nadie quiere partir de una situación de desventaja. Eliminemos los problemas por orden de antigüedad, si se quiere enfocar desde ese punto de vista. Porque el patriarcado es el régimen de poder más longevo de nuestra historia, disfrazado con diferentes tintes ideológicos, pero siempre ahí. El capitalismo usa el colchón patriarcal como trampolín para construir un sistema de desigualdades económicas cimentado en la humillación de una mitad.
Vanesa Gómez Bernal, antropóloga, cita a este respecto: «Obviar la dominación de género es un error flagrante y escandaloso para entender el capitalismo de nuestros días y las desigualdades estructurales que genera. (…) Esto también ha llevado a que en diferentes movimientos sociales y corrientes políticas supuestamente “igualitarias” se haya reproducido muchas veces el androcentrismo y el machismo más clásico». Porque es así. Somos un colectivo antisistema enmarcado dentro del sistema, reproduciendo patrones y peleando con nuestras incongruencias, aunque con unas más que con otras. Porque hay incoherencias que, al enfrentarlas, nos producen malestar y tapamos con más lucha y más fuerza, evitando disonancias cognitivas que, en todo caso, nos llevan más a encerrarnos en el papel y en el hecho indiscutible de que somos una organización feminista en sus principios, tácticas y finalidades. Y así, si lo repetimos muchas veces, quizá lleguemos a creernos que lo somos.
La naturaleza siempre aporta las mejores analogías. El anarcofeminismo, consistente como teoría, sigue bebiendo de fuentes del pasado, enorgulleciéndose de lo que un día fue, organizando exposiciones y asemejándose de forma cada vez más peligrosa a la «flor cadáver», (amorphophallus titanium en su denominación científica, curioso que el nombre tenga tanto que ver con el tema que nos ocupa). Dejemos de existir de forma puntual, dejemos de ser anecdóticas. «Organízate y lucha» es un imperativo sin géneros. Y sigamos mirando atrás porque, lamentablemente, las reivindicaciones del ayer siguen siendo las nuestras. Y es por eso que, para cerrar, sea necesario citar una vez más a las que nos precedieron: «rechazamos enérgicamente toda responsabilidad en el devenir histórico, en el que la mujer no ha sido nunca actora, sino testigo obligado e inerme». Nunca más.
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