PALABRAS PADENTRO | Ilustración: «Bajo la lupa» de Raulowsky | Extraído del cnt nº 427.
Adoctrinamiento, la palabra temida, el dardo que la derecha lanza cada vez que cualquier movimiento amenaza su ideario. Es curioso cómo las palabras no tienen el mismo recorrido en la ida y en la vuelta. Porque el poder no adoctrina, sino impone, y en esa sutil diferencia se basa todo un sistema de creencias que hoy por hoy ha convencido a la gente que el neoliberalismo económico es algo positivo porque suena a algo parecido a la libertad. Y hemos elegido la libertad de atarnos a un sistema de producción esclavista en una caverna de Platón con una pantalla de cincuenta pulgadas como única luz.
La reformas laborales, cada una más lesiva que la anterior, han contado con cada vez menos resistencia por parte de la clase trabajadora, con el beneplácito de los llamados agentes sociales, han vuelto a hacer uso de los eufemismos acomodaticios que dejan a la gente sin capacidad de maniobra. Porque cuando se habla de «flexibilización del mercado laboral», la imagen visual que viene a nuestra mente es la de una puerta ancha con un recibidor alto y una amable persona con auriculares que oportunamente nos irá informando de la gran variedad de ofertas de trabajo a las que podremos optar, obviando la realidad: que la flexibilización es simplemente doblegar, doblar el espinazo de una clase trabajadora a la que han convertido en producto, y que ignora, de manera voluntaria o no, conceptos como «convenio colectivo», y por supuesto, «asociacionismo», estafada y vendida al peso por liberados sindicales y subvenciones.
Despido cuasi gratuito, contratos en estafa de ley, falsos autónomos, ERES, ERTES e indemnizaciones irrisorias, acoso laboral como maniobra sistemática con el beneplácito de la masa explotada.
Y entre tanta precariedad, un nuevo concepto: el teletrabajo. Sin regular, ha disuelto aún más la fina línea entre el derecho a trabajar y el derecho a vivir, obligándonos a existir en un estado de conexión interminable.
Para nosotras teletrabajo no significa «trabajo a distancia», significa una nueva vuelta de tuerca al concepto de conciliación. Porque no estar en casa físicamente es lo único que a veces nos libera de la carga moral, personal, de lo que nos espera en el hogar. Porque según los últimos datos son las mujeres las que han renunciado a su puesto de trabajo durante la pandemia para dedicarse a lo que otras personas consideran secundarias, las que amamantan mientras teclean, las que en un tiempo récord han hecho un máster en nuevas tecnologías para poder convertirse en docentes, averiguando cómo se apaga la webcam durante la videollamada de turno para que nadie vea que su pareja está indefectiblemente haciendo cualquier otra cosa porque eso, «lo del cole», no es cosa suya.
Y para hacer más sangre, descubrimos que la situación también ha ahondado la brecha salarial, esa otra cosa que para la derecha no existe, pero que se traduce en mujeres trabajando menos, cobrando menos, viviendo menos. Y cuidando gratis.
Y la solución no es otra que la unión de todos los sectores de producción para dejar de ser precisamente eso, y convertirnos en lo que se supone que estamos destinadas y destinados a ser: la mano que tiene la herramienta. Y no son ellos.
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