DOSIER «Por la emancipación» | Ilustración de Byron Maher | Extraído del cnt nº 429
La crisis ecológica ya no es una cuestión marginal o que pueda ser ignorada. Amenaza nuestra salud, nuestra alimentación, nuestra seguridad, nuestro futuro. Nadie está ni estará totalmente a salvo, pero sus efectos se sufren de manera desigual: son y serán más graves cuanto más vulnerables seamos, cuanto más pobres, más desposeídos y más oprimidas estemos. Los conflictos ambientales son una gigantesca lucha de clases, y lo que está en juego es el capitalismo o la vida.
Nuestro sistema socioeconómico basado en el uso creciente de materiales y energía fósil es incompatible con los límites biofísicos del planeta que habitamos. Durante mucho tiempo hemos confiado en las capacidades de la técnica y la tecnología para franquear esos límites. Hemos vivido pensando que el «progreso» nos salvaría, que la «ciencia» inventaría algo, que se podría mejorar la eficiencia del sistema para reducir la dependencia de los materiales y la energía. Pero, año tras año nuestra huella sobre el planeta se hace más profunda y las consecuencias de ello se revelan más graves. Esa ciencia que esperábamos que nos salvase nos dice ahora, con un gran nivel de consenso, que la situación es gravísima y que hay que tomar medidas urgentemente. Continuar huyendo hacia delante es poco menos que un suicidio colectivo, pues nos estamos enfrentando a una posible situación de colapso.
Huir hacia delante es lo que hemos venido haciendo durante siglos. La cultura occidental se ha construido sobre la ideas de «progreso», «desarrollo» y «crecimiento». Había que producir más, construir más, consumir más. Relacionamos este progreso con mejoras en la salud o en la alimentación, con artículos y productos que nos han hecho la vida más cómoda y agradable o con victorias políticas y sociales que nos han hecho adquirir más derechos o libertades. Por eso, cuestionar el mantra del progreso y el crecimiento resulta cuanto menos, sospechoso. Y sin embargo, es hoy radicalmente necesario. En un contexto de profunda crisis ecosocial como la que estamos atravesando no podemos permitirnos dejar de analizar y criticar estos conceptos, pues de ellos se ha valido el capitalismo para legitimar su dominio colonial, extractivista y patriarcal sobre el planeta.
Es hora de mostrar que el progreso esconde unos intereses muy determinados y responde a un programa político y social muy específico. Ha llegado el momento de que las sociedades occidentales dejen de invisibilizar el enorme precio que la Tierra y sus habitantes han pagado a cambio de su progreso egoísta, cortoplacista y genocida.
Adrián Almazán, Técnica y tecnología (Taugenit, 2021)
En el reciente libro Técnica y tecnología, Adrián Almazán recoge y actualiza buena parte de la tradición antidesarrollista y de la crítica a la sociedad tecnoindustrial. En esta obra argumenta que la tecnología, el progreso y el desarrollo no son neutrales ni imparciales y plantea que es «hora de mostrar que el progreso esconde unos intereses muy determinados y responde a un programa político y social muy específico. Ha llegado el momento de que las sociedades occidentales dejen de invisibilizar el enorme precio que la Tierra y sus habitantes han pagado a cambio de su progreso egoísta, cortoplacista y genocida».
Ante esta situación, ¿qué podemos aportar desde el movimiento libertario? ¿Cómo podemos contribuir a una propuesta emancipadora, transformadora y justa (pero también atractiva) que tenga en cuenta estas cuestiones y se sitúe dentro de los límites de la biosfera? Dice Isabelle Stengers en su libro En tiempo de catástrofes que, como civilización «estamos tan mal preparados como puede ser posible para producir el tipo de respuesta que la nueva situación reclama. Sin embargo, no se trata de una comprobación de impotencia, sino de un punto de partida». Duele estar de acuerdo con esta afirmación, pero por otro lado no perdamos de vista que muchas de las estrategias y herramientas que van a ser útiles en los escenarios futuros son, precisamente, las anarquistas. Ese es nuestro punto de partida.
Es importante poner en valor el concepto de autonomía y quizás, resignificarlo. El sistema capitalista industrial ha «expropiado» muchas de nuestras capacidades, erosionando cada vez más nuestra autonomía social, política, económica, energética, alimentaria, técnica… Como piezas dentro del engranaje capitalista, hoy acudimos al mercado para satisfacer casi todas nuestras necesidades. La alimentación, el vestido, la vivienda pero también las relaciones sociales o el ocio, prácticamente todo lo que hacemos y necesitamos viene mediado por servicios o productos que son generados, procesados y distribuidos industrialmente. Incapaces de intervenir o de inmiscuirnos en esos procesos, sin ningún poder para fijar determinados criterios éticos o ambientales, nos empequeñecemos cada vez más como sujetos políticos y reforzamos involuntariamente este sistema explotador y expropiador. Recuperar autonomía o construirla sigue siendo un objetivo a seguir. Desde los sindicatos pueden generarse (y ya se está haciendo en muchos casos) multitud de iniciativas dirigidas a ello: desde la creación de cooperativas de trabajo, hasta la formación de grupos de consumo agroecológico, pasando por propuestas de ocio alternativo, o yendo más allá, quizás hasta podamos plantearnos pensar colectivamente propuestas sobre vivienda o energía.
Por otro lado, puede que nos acerquemos a escenarios en los que las capacidades de los estados van a estar aún más mermadas que ahora. Luis González Reyes y Ramón Fernández Durán hablan en La espiral de la energía de una posible «quiebra de los estados-nación fosilistas pues son estructuras demasiado complejas para sostenerse en un entorno de energía disponible declinante». Los estados van a tener que hacer frente a crisis multidimensionales (social, climática, energética, ecológica, de cuidados…) con presupuestos cada vez más precarios y en su empeño por proteger las estructuras de poder y a los poderosos, irán dejando cada vez a más personas fuera de la cobertura de los servicios públicos, lo que derivará en una menor legitimidad social y mayor conflictividad. Para evitar que esta situación pueda desembocar en escenarios ecofascistas o en un «sálvese quien pueda», vamos a necesitar mucha organización colectiva y por supuesto mucho apoyo mutuo y solidaridad. Ya hemos experimentado en varias ocasiones cómo la sociedad civil es capaz de autoorganizarse y dar una respuesta colectiva y solidaria en situaciones de emergencia o extrema necesidad. Si esto sucede de manera espontánea, ¿qué no podremos conseguir estando más y mejor organizadas? Dado que es muy probable que aumente la frecuencia y la gravedad de este tipo de eventos, es imprescindible trabajar para remendar los lazos comunitarios, afianzar las redes de apoyo que ya existen y si no las hay, crearlas desde cero. La experiencia y las prácticas libertarias van a ser más necesarias que nunca.
Para hacer frente a los retos que se nos plantean como sociedad, hará falta más y mejor anarquismo, mucho trabajo colectivo, creatividad y sobre todo, una gran capacidad de tolerar la incertidumbre y la imprevisibilidad. El futuro, que siempre ha sido incierto, ahora lo es aún más.
Tan importante como poner en valor las propuestas libertarias es incorporar los aportes que se hacen desde los movimientos feministas, ecologistas, antirracistas, indígenas o rurales y seguir entrelazándonos con ellos. No se trata de sustituir unas luchas por otras, sino de lograr conexiones entre distintos tipos de resistencias, huyendo de la idea de tener que priorizar unas sobre otras, porque todas nos vamos a necesitar.
Para hacer frente a los retos que se nos plantean como sociedad, hará falta más y mejor anarquismo, mucho trabajo colectivo, creatividad y sobre todo, una gran capacidad de tolerar la incertidumbre y la imprevisibilidad. El futuro, que siempre ha sido incierto, ahora lo es aún más. Hoy nadamos en la precariedad y en el desequilibrio y no podemos engañarnos ni engañar a nadie prometiendo certezas ni seguridad. Por supuesto seguiremos imaginando utopías y caminaremos hacia ellas, pero si en algo podemos ser útiles es en ir construyendo nuevos mundos y posibilidades hoy y ahora, y tenemos que hacerlo sobre estas ruinas y sobre este suelo, aunque se vaya resquebrajando bajo nuestros pies. Se trata de buscar vías para una emancipación, sí, pero no para emanciparnos de la tierra que pisamos y que nos permite la vida. Emanciparnos sí, pero no de las comunidades (humanas y no humanas) que nos sostienen y nos cuidan.
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