DOSIER «Por la emancipación» | Valladolid | Ilustración de Ana Nan | Extraído del cnt nº 429
Colapso es un término que poco a poco ha ido poblando nuestros pensamientos. Las páginas del cnt son buena muestra de cómo a lo largo de los años se ha pasado de avisar de un colapso distante a certificar que ya estamos ante el colapso de nuestra sociedad.
El colapso en el que pensamos es un concepto que viene de la ingeniería, en particular de la ingeniería de control y de la dinámica de sistemas. El colapso de un sistema es un proceso que reduce la complejidad de ese sistema de manera relativamente rápida. ¿Cómo hemos pasado de este concepto técnico a asumir que el capitalismo pueda estar colapsando? No hay que salir del ámbito técnico para encontrar respuestas. La primera gran incursión de la ingeniería en el estudio de sistemas sociales la realiza la escuela de dinámica de sistemas del MIT en los años 60, con el diseño del modelo World3, con el que simulan el futuro del sistema «industrial»: población, economía, recursos, polución… Con ese modelo se emite el célebre informe Los Límites del Crecimiento (LLDC), que desde 1972 lleva preconizando el final del desarrollismo industrial para mediados de este siglo. El informe ha sido revisado numerosas veces y muchos otros modelos se han generado con más y más complejas hipótesis, llevando a resultados similares: un sistema con un crecimiento constante de la población, el consumo de recursos y la contaminación en un planeta finito en un momento dado colapsa.
La euforia neoliberal de los 80 quiso enterrar esta predicción a pesar de que la difusa variable «polución» prevista en LLDC se empezó a concretar en un cambio climático sospechosamente antropogénico, una pérdida de biodiversidad alarmante y otras amenazas como el aumento de radiación solar provocada por la degradación de la capa de ozono. Las Naciones Unidas reaccionaron acuñaron el concepto desarrollo sostenible (Informe de Bruntland – 1987), organizaron cumbres globales (Río de Janeiro 1992, COP1 -1995) y llamando a que los estados prometieran soluciones… que siempre eran acordes al nuevo clima político global. Cuando ese clima se viene abajo con la crisis de 2008, a la variable polución hay que sumar crecientes indicios de la escasez global de recursos, como por ejemplo empiezan a apuntar los informes de la Agencia Internacional de la Energía de 2008 y 2009 respecto de la materia prima fundamental: el petróleo.
La década que se inicia con las huellas de la crisis económica de 2008 empieza a amontonar indicios que permiten identificar las distintas curvas previstas por LLDC con distintos sucesos y, por tanto, deducir que está en curso un colapso del sistema. Para entonces, ya hay abundante literatura sobre el colapso de las civilizaciones y sociedades en la historia (destacando el éxito editorial de J. Diamond). Desde organizaciones ecologistas a personalidades académicas se empieza a alertar de la situación de colapso y sus posibles consecuencias, con hitos como el Manifiesto Última Llamada (2014), la edición de la (muy recomendable) obra «En la Espiral de la Energía» (de Luis González Reyes y Ramón Fernández Durán) o la creciente popularidad de Antonio Turiel o Yayo Herrero. Es en este contexto en el que el concepto de colapso pasa de informes técnicos del tipo LLDC a ser un concepto de diagnóstico político de uso común.
Hay que dejar de lado las distorsiones que el malthusianismo ha imprimido tanto en el ecologismo como en las escuelas económicas y recuperar la idea de autonomía como capacidad de fijar nuestros propios límites.
El convulso 2020 se presta a interpretar cada suceso como una muestra del colapso en curso: un virus ha sido capaz de provocar una crisis económica inaudita y aparentemente imprevisible. 2021 no se queda atrás: el parón de 6 días de Canal de Suez ha provocado fallos en las cadenas de suministros durante meses que se traducen en subidas masivas de precios de las mercancías y, al final, en su escasez. De forma aislada, ninguno de estos sucesos podría predecirse con exactitud. Lo que sí es capaz de indicar la noción de colapso es que sucesos aislados como los de 2020 o 2021 pueden llevar a un fallo en cadena del sistema que lo transforme radicalmente.
Colapsismo: alguna cautelas
Hay un capítulo de Star Trek en el que las mejores mentes de la Federación prevén cual es el futuro óptimo a 100 años vista de la galaxia entera y pasan a la acción para que se cumpla. Su plan sale mal en los primeros 15 minutos porque una de las cinco personas del grupo no cumple su función, con lo que toda su predicción se hunde por no haber previsto esa posibilidad. El ejemplo es exagerado, pero señala algo clave: el futuro no está escrito y depende de nuestras acciones.
En estos tiempos sanitarizados vamos a servirnos de una analogía médica: el colapso es el diagnóstico, no la receta. Viendo cómo se usa la noción de colapso en los discursos públicos, parece haberse invertido la relación y haber asumido el colapso como receta creando una suerte de colpasismo. Pero el colapso de un sistema injusto, autoritario y, además, inestable no lleva por sí mismo a la superación de la injusticia, el autoritarismo y la inestabilidad.
El modelo de LLDC, como otros tantos modelos de sistemas aplicados a sociedades (o a la humanidad o al planeta), es capaz de hacer previsiones de tendencias: posibles escenarios hacia los que evolucione el conjunto. Pero no prevén el futuro. No dan fechas, lugares y nombres. Además, la propia noción de colapso es un objeto de estudio en sí misma y no casa bien con simplificaciones. Por ejemplo, con la idea de apocalipsis repentino. El colapso del que se nos habla no aparece como un único suceso capaz de demoler súbitamente las estructuras sociales. Al contrario, es un proceso largo (de décadas) de degradación y transformación gradual o, como mucho, a saltos. El colapso es sin duda un diagnóstico, una interpretación de los sucesos en curso. El problema es que habitamos una época dominada por la hegemonía de la idea del «fin del mundo» que nos lleva a pensar en el fin del mundo antes que en su transformación, haciendo crónico el lema Tatcheriano «There is no alternative» (No hay alternativa). Es la época de la condición póstuma que llama Marina Garcés. En este clima ideológico, la idea de colapso se vuelve perversa porque puede pasar de ser un diagnóstico a ser una especie de maleficio intrínseco a la civilización.
Que el colapso sea el diagnóstico y no la receta implica que quienes aspiran a la transformación social deben tenerlo en cuenta en sus planes, programas, estrategias y tácticas; no encomendarse a él ni esperarlo acríticamente.
Por otro lado, la idea de colapso está siempre asociada a la noción de límites y especialmente a límites físicos. Los límites indican puntos de no retorno que pueden hacer colapsar el sistema. Asumir la existencia de límites tiene implicaciones notables para un capitalismo que promueve el mito del progreso ilimitado para justificar la acumulación permanente. Pero la idea de límites es en sí misma conflictiva porque habitualmente conlleva una idealización de la naturaleza que la deifica, que la transforma en una fuerza extra-humana con capacidad de decir «no vayáis por ahí u os castigaré». Para tomar con cautela la necesaria noción de límites hay que partir de la reflexión de Giorgios Kallis («Límites: ecología y libertad», Ed. Arcadia) que propone dejar de lado las distorsiones que el malthusianismo ha imprimido tanto en el ecologismo como en las escuelas económicas y recuperar la idea de autonomía como capacidad de fijar nuestros propios límites.
Las organizaciones de la clase trabajadora se encuentran ante la incertidumbre que plantea el diagnóstico del colapso y las necesidades del día a día. Que el colapso sea el diagnóstico y no la receta implica que quienes aspiran a la transformación social deben tenerlo en cuenta en sus planes, programas, estrategias y tácticas; no encomendarse a él ni esperarlo acríticamente. ¿Qué implica esto? La necesidad, por ejemplo, de dotarnos a nivel organizativo de mecanismos de respuesta ante coyunturas de alta inestabilidad como las de 2020-2021 o de resituar algunas reivindicaciones históricas, como la reducción de jornada laboral, en el presente contexto. Con o sin colapso, con colapso drástico o paulatino, el papel de la clase trabajadora siempre será determinante.
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