DOSIER: La lucha de las mujeres | Ilustración de La RaRa | Extraído del cnt nº 431
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Millones de mujeres están esperando información. Volvamos a sentir la satisfacción de estar realizando un acto verdaderamente revolucionario.
¿Qué se puede comprar con 2 euros? Pocas cosas, muy pocas. Estos días he hecho la prueba. Sin embargo, hay empresarios que por ese dinero pueden comprar una hora de trabajo. Es la remuneración que el verano pasado recibieron July y Patri por llenar un camión de naranjas. No era en un país tercermundista, si no en Andalucía, en extenuantes jornadas de 12 horas ininterrumpidas. Para completar el abuso, en el momento de pagarles el jornal, el empresario pretendía que ellas fueran a otro pueblo a buscar el dinero, lo que hubiera significado trabajar gratis. Tras muchos reclamos consiguieron cobrar, aunque antes la patronal les dejó claro un mensaje: no las querían volver a ver porque los conguitos (en referencia a los africanos) hacían la faena por la mitad del salario y no se quejaban tanto.
July y Patri vienen del mundo del arte, por eso detalles como rostros, vestimentas (patrones con mascarillas de la legión española) o miradas de sus empleadores se les quedaron grabadas como parte de un triste guión. La obra y el escenario parecen ambientados en el medievo, pero desgraciadamente hablamos de la España del siglo XXI.
La vida laboral de Patri puede resumirse en una palabra: explotación. Desde sus inicios como camarera a jornada completa pero dada de alta solo a media por un salario que no superaba los 400€ y librando solo un día a la semana. Hasta un kebab en el que trabajó después, y se podía sentir afortunada por descansar un día ya que sus compañeros no gozaban de ese ‘privilegio’. Ser inmigrantes sin papeles no da derecho a tener derechos.
La vida laboral de Patri puede resumirse en una palabra: explotación. Desde sus inicios como camarera a jornada completa pero dada de alta solo a media por un salario que no superaba los 400€ y librando solo un día a la semana
En aquel lugar sufrió acoso y violencia de todo tipo, desde tareas de limpieza solo asignadas a ella por su condición de mujer, hasta encierros por parte de sus empleadores en el área de almacén para generarle una situación de miedo y angustia.
En el bar «El Carpanta» las 13 horas de jornada, la falta de contrato y el pago fraccionado, es decir la precariedad extrema, unió a Patri y July. Fue en ese lugar en el que decidieron unir fuerzas para ejemplificar esa frase tan repetida de que la única herramienta de la clase obrera es la solidaridad. Fue allí cuando cansadas de recibir sus exiguas nóminas en cuotas de 50€, canjeadas a veces por simples promesas de pago que se transformaban en prolongadas ausencias del establecimiento por parte del dueño, amenazaron con llamar al sindicato. Y como si se tratara un truco de magia, apareció el dinero que les adeudaban. La decisión estaba tomada, se iban de allí con la entera convicción de no volver nunca más.
Entonces fue cuando escucharon que en Francia había una oportunidad, que solo era cuestión de organizarse con algunos amigos y de tener ganas de trabajar. Consiguieron el número de Manoli, una señora que tiene contactos en empresas francesas y se ocupa de llevar grupos de trabajo a cambio de una módica suma: 80 euros por la primera oferta laboral y 20 por cada renovación. Igual que una ETT, pero sin registrar y añadiendo gritos, llamadas telefónicas inapropiadas y por supuesto ninguna garantía.
Pero cuando la necesidad aprieta, no hay muchas opciones. Patri y July sabían que en Francia no les esperaba un paseo idílico por los Campos Elíseos pero los pobres también sueñan, aunque sean sueños más baratos. Así que partieron rumbo a las tierras de Boudelaire a bordo de un coche viejo en el que metieron sus escasas pertenencias. De camino, hicieron parada en mi casa y pude ver sus ojos brillantes, llenos de expectativas, pero no había poesía para ellas en el país vecino.
Les habían prometido que el trabajo sería con contrato. Fue lo único que se cumplió del pacto, porque ni siquiera pudieron encontrar un lugar digno en el que alojarse, y los campamentos de temporeros eran territorios atravesados por el miedo y el egoísmo.
En la actividad de la castración del maíz la hora se pagaba más, pero en el momento de cobrar pretendían pagarles a través de una entidad bancaria francesa que les exigía una comisión de 12€, una fortuna cuando te deslomas diariamente por poco más. Entonces todo volvió a ser como antes, pero esta vez en vez de escuchar agravios en castellano lo hacían en francés. Tuvieron que amenazar verbalmente al dueño de la finca con denunciar, lo que llevó al patrón a presentarse en el campamento y realizar el pago en efectivo, pero (siempre hay un pero) los sobres contenían menos cantidad de dinero. Y otra vez a la rueda del reclamo. Porque esto es así, la que afloja pierde.
Les habían prometido trabajar con contrato. Fue lo único que se cumplió, porque ni siquiera pudieron encontrar un lugar digno en el que alojarse, y los campamentos de temporeros eran espacios atravesados por el miedo y el egoísmo
Rotas las relaciones a distancia con Manoli, el facebook y los grupos de whatsapp de los temporeros abrieron nuevas puertas. Desde el aclarado de manzanos o preparación de viñas hasta la detección de enfermedades en la parra. La remuneración era de unos 10 euros brutos en casi todos, así que la única diferencia radicaba en el esfuerzo físico a realizar. La carga de peso no era negociable, pero en algunos al menos las horas pasaban de pie y no de cuclillas. El cansancio acaba agotando también mentalmente, tanto que después de trabajar solo apetece comer y dormir, un contexto en el que las relaciones personales indefectiblemente se resienten. A las precarias condiciones laborales se unían las noches en las que pegar ojo era imposible por el miedo o los campamentos improvisados a la orilla de un río contaminado con residuos metálicos, con el único acceso a agua potable del grifo de un cementerio, un paraíso si se compara con dormir debajo de un puente.
En las vendimias la asignación de tareas de «Portier» solo están reservadas a los hombres, y como no podía ser de otra manera, son las mejor remuneradas. Sí, además de todo lo otro también en las vendimias existe la brecha salarial. El techo de cristal no. Nadie llega a tener a tiro esa posibilidad.
Cuando después de cuatro meses fui a buscarlas a Bilbao, a July y Patri no las reconocí. Tomamos una cerveza y me resumieron la estancia en Francia en una frase: «si no trabajo me muero y si trabajo me matan».
Estos días hablé con ellas otra vez. Luchan por recuperar un buen recuerdo, por no pensar en esa última experiencia laboral de manera negativa y tratar de resistir en algo bueno. No lo logran. No pueden dejar de pensar en Francia y no sentir un agotamiento físico inmediato.
Pero han vuelto a soñar con organización y talleres, porque al final el arte le sale por la manos, por los ojos y la boca. Son de esas personas que todavía miran a la luna y sonríen.
Patri lleva un mundo nuevo en su corazón y no se resigna. Lo lleva en los genes porque es bisnieta de Diego Barbosa, histórico cenetista de Chiclana.Y como dice el refrán, el fruto no cae muy lejos del árbol.
July, con la sonrisa como bandera, sueña con una cooperativa de arte y sentencia: «siempre se necesita una ilusión».
Comencé mi artículo preguntando qué se puede comprar con 2 euros. Me gustaría acabarlo con otra, ¿cuánto cuesta un buen vino francés?
Mujeres del mundo, último aviso: ¡¡¡Uníos!!!
La entrada Me matan si no trabajo y si trabajo me matan se publicó primero en Confederación Nacional del Trabajo.