Horas extra y riesgos psicosociales
En el periódido de CNT de esos meses (octubre-diciembre 2020) hay dos artículos sobre el tiempo de los que quiero reflexionar brevemente. Creo que actualmente es obligado preguntarse sobre qué significa «estar disponible todo el tiempo en casa para trabajar» o incluso la idea incrustada de que «sólo hay que salir si es para trabajar».
En el primero de estos artículos Mireia Redondo de Barcelona habla de las horas extra y afirma que: «Más que reclamar solamente el derecho a realizar las horas extra con dignidad, ahora se trata de poner sobre la mesa, dada la cantidad de paro y despidos, que haya más trabajo para todas y todos, y no más horas extra. Desde una mirada feminista, las horas extra no hacen más que dinamitar nuestra vida ya que nos quita tiempo para los cuidados y el descanso, o si no resultan una clara declaración de intenciones del sistema: hacer recaer aún más los cuidados en las mujeres.»
En el segundo dice Genis Ferrero hablando de la prevención de riesgos laborales: «Debemos realizar una mención más a la situación de los riesgos psicosociales. Esta área de la prevención, a menudo deficitaria en muchas empresas, se puede ver afectada por la pandemia: las situaciones de aislamiento por el teletrabajo, el estrés en ámbitos socio-sanitarios, la falta de adopción de medidas, sobrecargas de trabajo a consecuencia de los ERTE… Desde CNT hemos estado exigiendo y reclamando (…) que no sólo se evalúe la exposición a la Covid-19, sino la situación de los riesgos psicosociales derivados de todas las medidas organizativas y ambientales en el puesto de trabajo…»
Los riesgos psicosociales en la actual situación laboral son altísimos. Ya hace tiempo que las empresas vienen disponiendo alegremente de nuestro tiempo fuera del horario laboral. Esto se ejemplifica con el aumento de las horas extra (además muchas veces mal pagadas), como cuenta el primer texto, con la utilización de las nuevas tecnologías en el trabajo, o la no regulación del trabajo a distancia: invadiendo así espacios de nuestra intimidad, descanso, crianza y ocio. Todo ello con una gran dificultad de evaluación de estos riesgos, y su menosprecio social y laboral, como cuenta el segundo artículo.
«Siempre recuerdo a una de mis mejores amigas en el aeropuerto de Guayaquil (yo por entonces vivía en Ecuador) con diez kilos menos, ojeras y aspecto cadavérico. La culpa la tenía su último trabajo de encargada en un restaurante de Madrid en el que no tenía ni un minuto libre, puesto que el horario laboral (ya de por sí intenso) se alargaba a través del dispositivo que todos llevamos en nuestro bolsillo. Esto le llevó a una auténtica depresión, estrés y crisis de ansiedad. Recuerdo que estuvo un día y medio durmiendo en medio de la selva: este descanso y la compañía de quienes la querían (junto con mucha comida rica) fue un punto y aparte a partir del que comenzó a superar todos estos abusos.
Eso es el riesgo psicosocial. Iba a contar más teoría, pero creo que esto que viví a través de una persona representa mejor este riesgo que la pura teoría. No sólo tengo este ejemplo vívido; lo que ahora estoy viviendo a través de familiares y amigos que son sanitarios/as y docentes y que no entienden cuándo van a poder parar para descansar, cuándo empieza y termina el tiempo de trabajo, si sus pacientes en la consulta de psiquiatría van a empezar a ser sus compañeras sanitarias que empiezan a tener delirios, etc. Situaciones en las que os reconoceréis o reconoceréis a otras.
Todo ello ejemplifica bien el riesgo en el que nos encontramos hoy (porque afecta en menor o mayor medida a todos los trabajos); teniendo en cuenta las consecuencias de la actual pandemia a nivel laboral y económico.
Lo que sucede es que no es sólo eso lo que tenemos. Lo que tenemos a día de hoy es la paralización casi total de nuestros espacios menos regulados, menos formalizados, menos controlados (que a pesar de todo lo estaban) referentes al ocio y a la cultura. No seré yo quien defienda un sector cultural precarizado, en el que me hallo inmersa ahora mismo preguntándome cada vez si rebajo un presupuesto o no, ni el ocio consumista que solemos tener.
Sin embargo, a pesar de todos los «peros», en estos espacios olvidábamos muchas veces las «penas» del trabajo, disfrutábamos del arte, veíamos a personas que nos ayudaban a seguir adelante, encontrábamos tiempo para la crianza y el cuidado, trabajos ambos aunque desgraciadamente no contabilicen todavía. Estos espacios hoy tienen que ser acortados y acotados, por el riesgo de contagio, por lo que es más que probable que todo ello se traduzca en mayores riesgos psicosociales: ansiedad, depresión, estrés…
La salud mental es colectiva. Tiene una relación total con estos artículos con los que comencé: tener en cuenta los riesgos psicosociales en el trabajo y disponer más de nuestro tiempo acortando las jornadas maratonianas. Nos dirán que saldremos de ésta poniendo más tiempo, regalando más, dejándonos nuestros cuerpos. La pregunta es a qué precio, cómo nos vamos a quedar…¿Tendremos que dormir dos días enteros como mi amiga? ¿Podremos todas permitirnos ese alto en el camino? ¿No podíamos parar antes? ¿No será mejor repartirnos la tarea? Hacernos creer que esto no tiene nada que ver con la salud es descuidar las consecuencias que ya todas estamos viviendo, esta desesperanza y tristeza que inunda cada vez más todo.
La única manera de salir de esto es la organización, sentir cerca a otras personas que luchan junto a ti para que sigas siendo dueña de tu tiempo lo máximo posible. En los comienzos del movimiento obrero ya se luchaba por ello y hoy más que nunca tenemos que reivindicar el derecho al descanso y a la cultura, aunque tengamos que adaptar estos a la actual situación.
La vida no es ir a trabajar y regresar a casa a dormir. Si lo aceptamos aceptaremos una sociedad tremendamente enferma, aunque sea de esas enfermedades que solo te ven tus mejores amigas cuando te miran a los ojos.
Clara
CNT Santander
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