García Rúa, catedrático de Filosofía y ex secretario general de la CNT y AIT, sigue viviendo en un modesto piso del Polígono de Cartuja. Sus 85 años no le impiden seguir escribiendo, leyendo y filosofando, aunque la enfermedad de su esposa le obliga a estar atado, “porque así lo quiero”, al cuidado de este monumento de mujer con quien comparte el mismo techo desde hace 52 años. “Ahora me debo a ella, porque quien no es justo en estas cosas pequeñas no lo podrá ser nunca en las más grandes”, reza.
Tiene el aspecto de un intelectual rebelde, de pelo blanco con una melena descuidada que viste su carácter. Las preguntas las contesta con largas reflexiones coherentes demostrando que sus 85 años no le impiden “seguir siendo joven”, al menos de mente, pese a que el físico no perdona.
Este bohemio del anarquismo se despierta todos los días a las 7:15 horas para cuidar de su mujer, hacer la casa y las compras. “Entre las cinco y las ocho de la tarde se dedica a escribir o leer. Es mi tiempo”. Ahora prepara una reedición sobre una obra suya de Séneca que editará en Internet, al alcance de todo el pueblo. La pantalla de su ordenador portátil la ilustra una imagen del anarcosindicalista Durruti.
Mantiene contacto directo y frecuente con Agustín García Calvo, otro ácrata con quien compartió estudios de Filosofía y Letras en Salamanca. “Los dos organizábamos pequeñas revueltas en la Universidad”. Este hombre sencillo y elegante en sus reflexiones bebió el anarquismo desde que nació en 1923 en Gijón. Su padre, también libertario, murió en el frente de Oviedo. Su hermana, cuando sólo tenía quince años, ya aireaba los principios de Bakunin e ideas de Federica Montseny. “El mayor palo de mi vida fue la muerte de mi padre. Lo sentí mucho”.
PERSEGUIDO
La policía de Franco lo persiguió mañana, tarde y noche cuando regresó de Alemania en 1958, ya casado, para iniciar su lucha clandestina contra el régimen de Franco. “Monté una escuela obrera en Gijón con anarquistas, socialistas, comunistas y católicos para combatir a Franco”. Toreó al régimen como quiso. Nunca pisó una cárcel como preso, sólo estuvo siete días detenido en una comisaría. Su nobleza personal llega al extremo de reconocer que el día de la muerte de Franco no celebró nada. “Nunca me he alegrado de ninguna desgracia humana, por muy enemigo que fuera de esa persona. Uno puede ser humano, justo y solidario sin ánimo de venganza”.
Nunca ha creído en Dios, pese a tener amigos curas y elogiarla filosofía “creativa de Xabier Zubiri, que ejerció de sacerdote”. Tampoco ha creído nunca en el capitalismo, “por su capacidad de crear desigualdades” y “hoy es un cadáver que huele y que mantiene al obrero hundido en la puta miseria”. La crisis actual “no tiene marcha atrás” porque quien intenta “refundar un sistema que ha generado más pobreza que riqueza se volverá a estrellar”.
Este “amante de la vida”, anarquista desde que tomaba el pecho de su progenitora dedicada “al trabajo de ser madre”, nunca ha renunciado a los principios de “libertad, justicia y solidaridad”. Denuncia las malas artes que acabaron con la clase trabajadora, apelando al individualismo y al psicologismo. “Antes el mobing era un problema de la clase trabajadora, ahora se acude al psicólogo o al abogado para resolver este problema”. Arenga a los obreros “a permanecer unidos y luchar por la dignidad”.
Lo dice un pensador del que han bebido la mayoría de los profesores de Filosofía de la Universidad de Granada, inspirado por el Emilio de Rosseau, siempre mirando al futuro, quien ve la muerte como un aparte más de la vida y la educación, una forma de despertar la esencia de la persona. Lo más importante.