La manecilla del reloj de última moda señalaba las siete de la tarde, como advirtiendo al amo que la hora del incordio, del descaro y de la insolencia eran inminentes. No estaba dispuesto a dar la cara y ausentarse de una reunión social ociosa, que es donde mejores negocios se hacen, entre alcohol, risas y folclorismos. En el agujero negro de sus adentros, el empresario reconocía que un puñado de anarcosindicalistas le pueden amargar la vida a cualquier explotador, si están bien (…)
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