Hace cien años, los trabajadores herederos de la tradición bakuninista en España, decidieron dotarse de una organización que defendiese sus derechos y pelease por la conquista de una sociedad sin Estado ni Capital, una sociedad que se levantase sobre las bases del asamblearismo político y la autogestión económica, la libertad individual y la justicia social.
A los pocos meses, esa organización, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fue ilegalizada, pero eso no impidió su crecimiento imparable y que unos años después fuera clave en la conquista de la jornada laboral de ocho horas. También desde sus sedes, ateneos y escuelas se sembraron las semillas del proyecto revolucionario que contra viento y marea se hizo realidad en 1936. La Revolución española es conocida en todo el mundo porque demostró que era posible una sociedad organizada en base a los principios anarquistas. La Utopía, tan vilipendiada, se hizo allí realidad. Hizo falta la presión simultánea del fascismo y el estalinismo para echarla abajo.
Al día de hoy, es más verdad que nunca el lema de que crece en todos lados el anarquismo organizado. Lo vemos en Grecia, Chile, Méjico, travestido de mil formas y en mil sitios, aunque también con sus viejos colores, el rojo y negro, los de la CNT, todavía ejemplo de lucha y honradez entre tanto entreguismo y burocracia sindical. Felicidades.