Introducción
Que las mujeres se encuentran encuadradas en un sistema social que -al contrario de lo que pudieren pensar anteriores generaciones- las discrimina y constriñe a acceder a empleos precarios (cuando son contratadas), con alta rotación laboral y funciones de discriminación laboral con respecto a sus compañeros varones no es ninguna novedad. La postverdad y la tergiversación de la información ha perdido la perspectiva que es precisa en estos tiempos, puesto que si bien es cierto que la incorporación o el acceso al mercado laboral de éstas se ha visto exponencialmente incrementado en los últimos tiempos en determinados sectores, las condiciones de acceso y la legislación que las ampara –debería ampararlas- es todo un entramado diseñado para que solo un sector de la población femenina de clases altas y acomodadas pueda acceder a unas condiciones dignas en cuasi completa equiparación con sus compañeros. Mientras las mujeres de clase obrera, esas que desempeñan las tareas más duras y a la vez más necesarias, están muy lejos de esa equiparación de sueldos y condiciones. Siendo alarmante la situación del sector agrícola en concreto, cobrando las mujeres un 40% menos que los hombres en las mismas tareas agrícolas durante el año (según datos de la AEAT en cuanto a Mercado de Trabajo y Pensiones en fuentes tributarias de 2014)
La incorporación de la mujer al mercado laboral se ha visto como un irrefrenable avance el movimiento feminista, esa mujer “coraje” que lleva adelante vida vivida, vida familiar, estudios y trabajo y aún tiene tiempo de elevarse sobre el común de los mortales a golpe de que en cada una de esas facetas demuestre unas destrezas sin parangón y en detrimento en la mayoría de los casos de su propia salud mental y física. Lo hemos asumido como un triunfo, y aspiramos a ser un modelo idealizado de mujer, interiorizando un mensaje eufórico e irreal, insostenible, que pierde de vista que no todas las mujeres se dedican a cotizar en bolsa o están en consejos de administración, o mirando hacia otro lado en sectores como el agrícola que constituye uno de los primeros eslabones de la cadena productiva, puesto que tan necesario para el capital, que no para las clases populares, es cotizar en bolsa o realizar millonarias operaciones con activos bancarios, como recolectar aceitunas, uvas o cualquier tipo de hortalizas o frutas. Sin estas últimas actividades no serían posibles ni la actividad normal de una comunidad ni la alimentación humana.
Nos hace falta un feminismo de clase que se enfrente a las situaciones de las compañeras más precarizadas en sectores como las kellys, hostelería, trabajo del hogar y el sector agrario, entre otros. Compañeras que no se encuadran en esas luchas por los techos de cristal de las grandes empresas para cargos directivos, sino en desarrollar trabajos necesarios y básicos para el normal funcionamiento de una sociedad, y que tienen que ver con el sector primario, la atención y cuidados a personas mayores y dependientes, servicios, limpieza… Y que exigen unas condiciones, sueldos y mejoras dignas en sus puestos de trabajo, sin los cuales no funciona el mundo ni ningún tipo de actividad productiva. Y que, sin embargo, son algunos de los empleos y sectores más precarizados, olvidados y ninguneados de manera habitual.
El acceso al mercado laboral en el sector agrario y la discriminación institucional
En los últimos años, en el sector agrícola se ha visto incrementada la discriminación a la hora de la contratación de mujeres en los tajos, sobre todo en las campañas de la aceituna y labores asociadas (recogida de ramón, plantación, tala, cava). Lo cual implica miles de jornales no cotizados y largas temporadas sin trabajar. Así, por ejemplo, la brecha de género se dispara hasta un 3% en algunas campañas agrícolas respecto a los meses anteriores a su comienzo, constatando por tanto la menor contratación para estas campañas de las mujeres.
Recibimos testimonios de compañeras que cuando se ofrecen para trabajar en la recogida de la aceituna, son directamente descartadas porque no van acompañadas de un compañero varón. A estos efectos, la mujer en los tajos constituye una herramienta más de trabajo de su compañero, una labor que se pretende secundaria y que obvia la cantidad de tareas que realizan las mujeres en las diferentes temporadas agrícolas. Esta situación se convierte en algo aún más escandaloso si tenemos en cuenta la situación de las que trabajan en explotaciones familiares.
Este cuestionamiento de las mujeres y su trabajo desarrollado en determinadas campañas no tiene lógica alguna y sólo enmascara políticas sexistas. Conviene echar la mirada atrás y ver que las mujeres han desarrollado históricamente todo tipo de tareas y actividades en los campos: siega, recogida de aceituna, vendimia, fresa y frutos rojos, huertos, recogida de frutales, explotaciones ganaderas… Con jornadas de sol a sol, trabajos totalmente manuales de hace unas décadas, y por ello, bastantes más duros físicamente, además de las duras condiciones de explotación que se sufrían en los latifundios.
Tradicionalmente los denominados «señoritos» no daban de alta a legiones de jornaleras y jornaleros que pasaban por los campos para las temporadas agrícolas, perdiéndose por lo tanto para estas personas miles de horas de trabajo y jornales, que muy bien les hubiera venido a la hora de computar para su jubilación. A día de hoy sigue habiendo muchos jornales sin cotizar, tanto para mujeres como para hombres, pero son las mujeres las grandes perjudicadas a la hora de ser contratadas, despreciándose así el trabajo de miles personas por una mera cuestión de género en pleno siglo XXI.
Toda esta situación provoca a la postre una falta de reconocimiento de su trabajo, como trabajo productivo, una falta de inclusión de las mismas en muchos tajos donde es necesaria mucha mano de obra y hay muchas tareas que realizar, privándoles del acceso a esos trabajos y a las correspondientes prestaciones tras las campañas. Incluso puede ser peor en el caso de mujeres de cierta edad o migrantes, las primeras no siendo contratadas por su edad y las segundas sufriendo distintos tipos de abusos desde los laborales hasta los sexuales.
Ya en 2007 la Organización Internacional del Trabajo relataba cómo gran parte del trabajo agrícola femenino está en el llamado sector informal, siendo, por lo tanto, un trabajo no remunerado. Así, el Informe de 2007 del Director General, presentado a la 96ª reunión de la Conferencia internacional del Trabajo, «La igualdad en el trabajo: afrontar los retos que se plantean», OIT, Ginebra, 2007, passim, se alerta de que es igualmente precisa la abolición de una parte invisible del trabajo en los tajos, el trabajo de niñas en el sector agrícola, en cumplimiento de los convenios 138 y 182 de la OIT.
A todo lo anterior se añade la mecanización del sector (revolución verde), que paradójicamente aleja más si cabe a las mujeres del campo ya que permite un enorme desarrollo del sector agrario, pero simultáneamente es una de las causas de más peso de la expulsión de las mujeres del campo, se polariza el sector agrario y se divide el trabajo agrario entre los sexos con enormes diferencias, distinguiéndose entre el desempeñado por el sexo masculino (trabajo mecanizado y más profesionalizado) y trabajo femenino (manual). Debido a esta deficiente gestión de los avances tecnológicos en el campo, ésta se ha convertido en otra herramienta más de discriminación.
Son muchas las mujeres que aún desempeñando diariamente labores en el campo no presentan el reconocimiento como población trabajadora, tampoco en lo que se refiere a afiliación y alta en la Seguridad Social. Datos de la EPA apuntan a que más de un cuarto de los ocupados en agricultura son mujeres. En los últimos años (desde finales de 2006) las cifras se encuentran estabilizadas con pequeñas oscilaciones. El incremento de la presencia femenina es notable si se compara con décadas anteriores. Sin embargo, estos datos tienen una pequeña trampa. Cuando las mujeres son contratadas como asalariadas agrarias suelen tener empleos de carácter estacional, eventuales o fijos discontinuos, en puntos muy concretos de la geografía nacional –precisamente porque ahí es donde existe una mayor concentración de labores de recolección a mano- sus labores son principalmente la recogida de fruta u hortaliza, los olivares o la vendimia y muy directamente relacionadas con el manipulado o envasado de los productos.
El poder legislativo y ejecutivo no ha estado ni está a la altura. Las normas de seguridad social en el sector agrario vienen condicionadas en cuanto al papel de la mujer trabajadora en atención al lugar que ésta tiene asignado en la explotación agraria. Por ejemplo, observamos ejemplos de discriminación en el art. 4.1.4º del Decreto 3772/1972 de 23 de diciembre, por el que se desarrolla el Reglamento Agrario, en las referencias que se hacen al cónyuge del titular de la explotación agraria o a las posibilidades para los trabajadores por cuenta propia de tener trabajadores a su cargo y continuar inscritos en el REASS, existiendo diferente criterio en función del sexo (art. 5 del Decreto 3772/1972 de 23 de diciembre, por el que se desarrolla el Reglamento Agrario) e igualmente razones de discriminación (del varón respecto a la mujer, pero también de las hijas mujeres respecto de los hijos varones) y por estado civil de la mujer (viudedad, que no se tiene en cuenta en el hombre).
Para el resto de situaciones el hecho ser cónyuge hacía que desde el Régimen especial agrario se le considerase como asimilado al trabajador agrícola por cuenta propia, precisamente por su vínculo con el titular de la explotación agraria, como sucedía con otros parientes por consanguinidad o afinidad hasta el segundo grado inclusive que convivan con el titular –a sus expensas- (art. 6 del Reglamento mencionado). Siempre que con su aportación en las faenas agrícolas contribuyan a esa actividad en proporción adecuada ( como complemento), convirtiéndose ésta en medio fundamental de vida de la familia.
Las trabajadoras del campo en su día a día se enfrentan a un panorama de discriminación e invisibilización continua, un sector que las aparta debido en parte a sus avances tecnológicos y debido a una visión del trabajo dividida en géneros, machista e injusta, que quiere relegar a las mujeres a un segundo plano o apartándolas en algunas campañas agrícolas y tareas del campo, tanto por cuenta ajena como en explotaciones agrarias donde desarrollan su actividad.
A esto tenemos que sumar la doble jornada laboral de las mujeres en el campo, teniendo que atender tanto a labores domésticas como de cuidados después de duras jornadas de trabajo, en un mundo rural donde el machismo es todavía más latente si cabe. En estos tiempos no se puede obviar el trabajo no asalariado, estando ligado irremediablemente al mundo asalariado, siendo toda esa tarea invisible de cuidados un eslabón fundamental sin el que no se puede entender la otra actividad remunerada. Por lo que, si hablamos de igualdad de condiciones y salarios en el campo también tenemos que hablar de igualdad y reparto de tareas domésticas y de cuidados. Lo uno no se puede entender sin lo otro.
Desde CNT queremos visibilizar el papel de las mujeres en el tan olvidado, a la vez que necesario, sector agrario. Más de 233 mil mujeres están afiliadas al Régimen Especial Agrario en Andalucía, de las cuales 30 mil son migrantes. Es el segundo sector con más peso en nuestra comunidad después del Régimen General. Si queremos avanzar hacia una sociedad más justa no podemos olvidarnos del papel de las mujeres en el sector agrícola, como superar esas relaciones de desigualdad crónicas y reivindicar la igualdad para y en los trabajos, a la vez que no apartamos la mirada del reparto de las tareas de cuidados y domésticas.
Secretaría de Comunicación del Comité Confederal de la CNT
Basado en http://cordoba.cnt.es/content/la-discriminaci%C3%B3n-de-las-mujeres-en-el-sector-agr%C3%ADcola
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