CARLOS TAIBO | Ilustración de Jaume Molera | Extraído del cnt nº 427.
Menudean las alabanzas de la gestión que, desde el Ministerio de Trabajo, está realizando Yolanda Díaz. Cada cual es libre de ver los hechos como lo desee, y en esa libertad se incluye el derecho a concluir que, de hacerse valer en estas horas un gobierno de la derecha tradicional, y no de esta nueva que nos han obsequiado, las cosas serían peores.
Creo yo, sin embargo, que hay que poner coto a tanta alabanza. Lo primero que conviene hacer al respecto es recelar de la gestión socialdemócrata —al cabo de eso se trata— de la crisis, antes que nada asentada en el designio de poner de acuerdo a sindicatos domesticados, los mayoritarios, y a una patronal más que satisfecha con lo que le ofrecen las autoridades. Gracia tiene que la ministra se refiera una y otra vez con tono elogioso a la colaboración de los «sindicatos de clase», sin explicar al tiempo qué clase es ésa a la que se remiten.
La operación consiguiente se ha visto facilitada por un hecho que separa con claridad la crisis iniciada en 2008 y la del momento presente. Hace una década en la UE se reveló una meridiana e insolidaria división entre las potencias tradicionales y los países del Mediterráneo, lanzados estos últimos a la hoguera de la deuda. Hoy, en cambio, la pandemia, o como se llame eso, alcanza a todos por igual, de tal manera que parece haberse aceptado, sin mayores remilgos, que los fondos deben llegar al último rincón. No sólo eso: se intuye que, con la máquina de hacer billetes de por medio, no va a haber que pagar en el futuro la deuda contraída. Eso da mucho juego, claro, a la hora de repartir recursos —incluidos los que benefician con descaro a los empresarios— o, al menos, a la de aparentar que se reparten.
Porque, en relación con esto último, se aprecia con frecuencia una distancia abismal entre lo que se promete y lo que a la postre se ofrece. Y sobran los motivos para concluir que Unidas-Podemos vive de un juego de artificio encaminado a convencernos de que mantiene desavenencias profundas con su socio de coalición gubernamental. Por detrás, y para que nada falte, despunta el cortoplacismo más aberrante, que ignora, como no podía ser menos, que, de la mano del cambio climático y del agotamiento de las materias primas energéticas, y con un colapso general a la vuelta de la esquina, lo de la pandemia se antoja una pesadilla menor. Cosas de la gestión socialdemócrata de la crisis.
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