CARLOS TAIBO | Ilustración (fragmento) de Ana Nan | Extraído del cnt nº 426.
La conciencia de los problemas de las mujeres no fue particularmente sólida en el anarquismo del XIX. Aunque Bakunin y Kropotkin escribieron al respecto textos iluminadores, lo cierto es que la irrupción de una suerte de feminismo libertario corrió a cargo de las propias mujeres, sin que ninguna de éstas se asomase, sin embargo, al canon anarquista, configurado en exclusiva por varones que eran, por añadidura, y llamativamente, occidentales. De por medio se impusieron a menudo ideas que, como la que sugería que la revolución social resolvería de un plumazo los problemas de las mujeres, no parecían singularmente lúcidas.
En la trastienda lo que se barrunta es la intuición, certera, de que cuando una feminista toma las cosas por la raíz lo más sencillo es que se sitúe, espontánea y afortunadamente, en posiciones libertarias.
En ese magma, lleno de claroscuros, se perfiló en 1936, en España, un movimiento llamado Mujeres Libres. Si la iniciativa surgió, claro, para hacer frente a la condición aberrantemente patriarcal de la sociedad española del momento, en una de sus dimensiones principales obedeció también al propósito de dar réplica a la presencia, infelizmente consistente, de conductas machistas en el propio mundo libertario. Y al de perfilar, en paralelo, organizaciones específicamente femeninas.
El ascendiente de Mujeres Libres ha sido muy poderoso en la determinación de lo que hoy se entiende por anarcofeminismo. Creo que este último es, de las corrientes del pensamiento libertario, la que ha experimentado un mayor crecimiento y, acaso, la que suscita mayor atención. Aunque sus fundamentos siguen siendo en esencia los mismos que los de 1936, a ellos se agrega ahora la necesidad de contestar muchos de los tópicos y concesiones que acompañan al feminismo de Estado. Esa contestación subraya la dimensión de clase que debe acompañar al cuestionamiento de la sociedad patriarcal, al tiempo que recuerda que el grueso del feminismo realmente existente parece empeñado en integrar a las mujeres en plenitud, y en ficticia igualdad, en el mundo, jerarquizado y explotador, perfilado por los hombres.
El anarcofeminismo es, de las corrientes del pensamiento libertario, la que ha experimentado un mayor crecimiento y, acaso, la que suscita mayor atención.
Para que nada falte, en la trama del anarcofeminismo se manifiesta una aguda conciencia en lo que hace a lo que ocurre con las mujeres en los países del Sur. A duras penas puede ser casualidad que las iniciativas que han cobrado cuerpo en Chiapas y en Rojava hayan colocado en primer plano la condición y la emancipación de aquéllas. En la trastienda lo que se barrunta es la intuición, certera, de que cuando una feminista toma las cosas por la raíz lo más sencillo es que se sitúe, espontánea y afortunadamente, en posiciones libertarias.
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