David Ordóñez es un militante de la CNT de Jaén. Entendedme, David es muchas cosas más, pero para este caso, la reseña del libro que a continuación leeréis, nos quedaremos con lo anterior. 1) Militante. 2) De la CNT de Jaén. Ambos puntos me interesan para empezar.
Últimamemente el concepto militancia está muy devaluado. Algunas corrientes neoanarquistas, sobre todo las que defienden la organización informal, argumentan que el militantismo es contraproducente para el movimiento libertario, porque quema a la gente -dicen- y porque nos hace perder el tiempo en las tareas propias de la política de organizaciones. Sin embargo, la mayoría de militantes que conozco, tanto mujeres como hombres (y David es uno de ellos), no adolecen de ese indefectible cansancio que pronostican los informalistas, ni han perdido el norte en lo que para estos últimos sería la vida selvática de la organización. No. En la mayoría de casos, lo que veo es gente que crece con los suyos, que se compromete con el resto de compañeros y compañeras que pelean por lo mismo y que haciéndolo ponen en práctica un principio en el que, si queremos levantar una sociedad libertaria, resulta imprescindible educarse: el federalismo.
Decíamos que militante. Decimos también que de la CNT de Jaén. Como sabréis algunos de los que os acercaréis a este texto, el nuestro es un pequeño y joven Sindicato de Oficios Varios que desde diciembre de 2003 forma parte de la familia confederal. Un sindicato del que en gran parte ha sido inspirador David. Un compañero que siempre se ha destacado por su compromiso con la organización. Este trabajo nace precisamente como fruto de ese compromiso del que hablamos, para intentar sumar, una vez más, otro grano de arena en la montaña de la Revolución Social. Una obra en la que a continuación me detendré con un poco más de detenimiento.
Agitación anararcosindicalista es una obra que entronca con una tradición muy determinada, característica, que duda cabe, del movimiento libertario en su conjunto, pero muy especialmente del ámbito confederal. Nos referimos a la tradición de la literatura militante. Un tipo de literatura opuesta, en otro orden de cosas, a la que vendría dada por otra tradición, digámoslo así, de carácter más intelectual. En ese sentido, si la primera parte del principio de que cualquier persona tiene algo que aportar a la batalla de ideas, la segunda defiende que sólo los especialistas, aquellos que conocen la técnica y han sido refrendados por la autoridad (partido, medios de comunicación, academia, etc.), es decir, los intelectuales, han de ser los únicos encargados de generar el pensamiento e ideología útiles para el movimiento social. En el fondo, esta oposición no es sino producto de las diferencias insoslayables que generan dos cosmovisiones del mundo antagónicas: la anarquista por un lado y la autoritaria por otro.
Completando lo anterior, diremos que en la segunda tradición, la que llamamos en su momento intelectual, la defensa de la idea de vanguardia hace que desde muy pronto se piense que es necesario educar a las masas desde fuera. Es por ello que para los que asumen esta visión, se acabe haciendo imprescindible la figua del intelectual de partido, que se constituye como clase al margen de los trabajadores a los que sin embargo forma, y que recibe como contrapartida un capital social que justifica su posición de superioridad.
Por el contrario, la escuela libertaria, esencialmente antivanguardista, defiende en la teoría, pero sobre todo en la praxis organizativa, que nadie ajeno a los mismos trabajadores ha de liderar el movimiento, ni siquiera en el terreno de las ideas. En ese sentido, se apuesta por la creación de una estructura de autoformación (el ateneísmo) al servicio de la clase obrera. Autoformación que educa para la Revolución, por supuesto, pero que antes que nada sirve para empoderar a los trabajadores y trabajadoras, uno por uno, una por una, a través de la premisa de que nadie es más que nadie y de que todos y todas hemos de educarnos juntos. Y esto último, finalmente, para impedir que hablen por nosotros y nosotras, ya sea un político, un liberado o el mismo intelectual.
Es por eso mismo, por la adscripción de la obra de David a esa tradición de la que hablo, por lo que algunas de sus características saltan a la vista desde las primeras páginas. El mismo autor se encarga de definirlas en su introducción. Hablamos, por tanto, de una obra útil, que facilita su lectura a través, por un lado, de la propia accesibilidad del texto, pero también del mismo formato del libro. Una obra organizada en torno a siete capítulos donde se hace un repaso por la historia del sindicato y el anarquismo ibérico, donde se barrunta el papel que el autor entiende que ha de jugar la CNT en nuestros días, donde se analiza la situación política y social que nos ha tocado vivir en suerte y donde se ofrece una visión personal a propósito de algunos temas (modas, drogas, dietas, etc.) sobre los que se genera un debate que no debemos eludir nunca.
Una obra que desde su propio holismo defiende una visión integralista del anarquismo. Integralismo para salir de las militancias parciales que tanto merman nuestra capacidad de incidir en la sociedad. Integralismo para volver a reconocernos como compañeros y compañeras en la lucha común, más allá de los distintos colores con los que queramos adornar el negro que nos unifica. Porque está claro que sólo desde esa perspectiva se podrá dar fuste a la multiplicidad de alternativas libertarias que actualmente florecen en el mundo.
Y es ahí precisamente, en esa apuesta por el anarquismo integral, donde la CNT tiene mucho que aportar. En primer lugar, que nuestros principios siguen siendo firmes. En segundo, que nuestra organización es útil, ya no solo para la pelea en el tajo, sino para la transformación social. En tercero, que la Anarcosindical sigue siendo una escuela de vida, donde como trabajadores nos dotamos de un arsenal de herramientas para transformar, antes que nada, nuestra propia existencia, para hacernos más libres, claro, pero también más justos, más solidarios y mucho más felices. Porque en la sorda rebelión de las conciencias está la fiesta, y en la pelea contra el sistema, antihumano y alienante, que sostiene al estado y al capitalismo.
Al fin y al cabo, la obra de David rema en el sentido de la corriente profunda que mueve el mundo. Sólo hay que leer a Kropotkin para saber que la historia no tiene freno y que lo que hoy nos parece imposible, mañana será real, de carne y hueso. Toda una lección de optimismo para romper el marasmo de los que hace tiempo renunciaron a la pelea. David no es uno de ellos.