CARLOS TAIBO | Ilustración de Javi Kaos | Extraído del cnt nº 429
Creo que la palabra emancipación va de retirada, como lo demostraría el hecho de que su empleo era manifiestamente más frecuente y consistente hace tres o cuatro décadas. Para dar cuenta de ese retroceso se me ocurren, a ojo de buen cubero, dos grandes explicaciones.
La primera subraya el carácter complejo del concepto correspondiente, que mal que bien lo aleja de otros que tenemos más presentes. Es más fácil entender, o creer que entendemos, el significado de vocablos como justicia, solidaridad, igualdad o libertad. Lo de la emancipación, en cambio, reclama esfuerzos mayores. ¿De qué tenemos que emanciparnos? ¿Cómo lo haremos? ¿Cuál será el destino final? ¿Qué huellas del pasado quedarán? Si responder a esas preguntas no es sencillo, menos lo es todavía hacerlo en el infierno de una posmodernidad que ha plantado cara a los grandes relatos de la lucha de clases y de la utopía.
La segunda explicación remite al escenario que tenemos delante de los ojos en los países del Norte del planeta. Si hay algo que, en lo que hace a mi consideración, caracteriza ese escenario es la dificultad para asentar los principios y las prácticas que han impregnado de siempre al mundo libertario. La autogestión es un bien raro y preciado, en los discursos y en la realidad cotidiana. Atrapadas en un sinfín de mediaciones, las gentes tienen grandes problemas para entender qué significa la acción directa. En un mundo, en suma, lastrado por el hechizo que provocan las farsas del consumo, la productividad y la competitividad, el apoyo mutuo encuentra grandes problemas para salir adelante.
Si todo lo anterior parece difícil de negar, tengo que volver, sin embargo, sobre un argumento que he empleado aquí mismo en más de una ocasión. Recuerda, por un lado, que la conciencia de la proximidad de un colapso que se antoja cada vez más evidente y cercano puede provocar cambios en la conducta de muchas gentes hoy remisas a la contestación y la rebelión. Y señala, por el otro, que algunos de los problemas que aquí mismo se nos antojan inabordables acaso encuentren solución en las prácticas cotidianas de esos habitantes del Sur que han sabido preservar con sabiduría una contestación vivencial del capitalismo y han sumado a ella una propuesta alternativa —autogestionaria, decrecentista, antipatriarcal e internacionalista— a la miseria del capital. A lo mejor eso es la emancipación.
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