En estos tiempos del ya despido libre (como antaño) cuando se ha ejecutado, en la españa de la bicefalia política PPSOE, el mayor atentado contra el/la trabajador/a, quitándonos derechos que han costado tanta sangre en el pasado (sin que nos hayamos inmutado)… bueno es recordar a los «Mártires de Chicago», reivindicando su carácter de lucha y combate por los derechos y libertades frente a los que banalizan esta fecha tan señalada convirtiéndola en una jornada lúdica de paseos y encuentros (como cualquier manifestación).
Recapacitemos. Pensemos en todos los derecnos que nos han quitado y los que nos van a seguir quitando si, l@s trabajador@s, no ponemos freno: no produzcamos para el amo, para quel/la que nos sigue explotando, el/la que exige más y más producción (beneficios) y menos salario. Con nuestra inacción se frotan las manos políticos, banqueros, empresarios y especuladores… vamos, el capitalismo puro y duro. No olvidemos el pasado, hemos de derrotar al sistema desde una sociedad nueva y libre.
«»Ocurrió en Chicago en 1886.
El primero de Mayo, cuando la huelga paralizó Chicago y otras ciudades, el diario «Philadelphia Tribune, diagnosticó: El elemento laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal y se ha vuelto loco de remate». Locos de remate estaban los obreros que luchaban por la jornada de ocho oras y por el derecho a la organización sindical y el derecho a huelga. Al año siguiente cuatro dirigentes obreros acusados de asesinato, fueron sentenciados sin pruebas en un juicio mamarracho. George Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons y Auguste Spies marcharon a la horca. El quinto condenado, Louis Lingg, se había volado la cabeza en su celda.
Cada primero de mayo, el mundo entero los recuerda. Con el paso del tiempo, las convenciones internacionales, las constituciones y las leyes les han dado la razón. Sin embargo, las empresas más exitosas siguen sin enterarse. Prohiben los sindicatos (Corte Inglés, Wal-Mart, Mercadona) y miden la jornada de trabajo con aquellos relojes derretidos que pintó Salvador Dalí».
Escrito extraído del libro «Espejos» (pag. 214) de Eduardo Galeano.